(HADES)

(heb. «Sh'õl»; gr. «Hades»: Sal. 16:10; Hch. 2:27). La etimología de los dos términos es dudosa. «Sh'õl» puede significar «insaciable» (Pr. 27:20; 30:15-16). «Hades» podría significar «invisible».

Los judíos llamaban Seol al lugar a donde se dirigían todos los muertos, bienaventurados o no (Ec. 9:3, 10). El patriarca que moría era «unido a su pueblo» (Gn. 25:8, etc.). Samuel afirma a Saúl y a sus hijos que al día siguiente ellos estarían donde él se encontraba (1 S. 28:19). David, llorando a su hijo, dijo que él se reuniría con su pequeño (2 S. 12:23); al morir, el rey «durmió con sus padres» (1 R. 2:10). Se hablaba de «descender al Seol», como si estuviera cerca de la tumba o como si los cuerpos fueran depositados allí (Nm. 16:30-33; Ez. 31:17; Am. 9:2; cfr. Ef. 4:9).

El Seol era considerado en el AT como lugar de olvido y de reposo para el creyente (Jb. 3:13-19). En Eclesiastés, donde se contempla todo desde la perspectiva de «debajo del sol», todo vuelve al polvo, tanto el hombre como la bestia (Ec. 3:19-21); los muertos nada saben, nada poseen ni ninguna obra hacen, y no tienen ya parte en nada de lo que se hace bajo el sol (Ec. 5:14). Sin embargo, en otros pasajes del mismo libro se admite claramente que, aunque los muertos ya no tienen relación con la actividad de esta tierra, siguen existiendo (Ec. 11:9; 12:7, 14). En muchos otros pasajes del AT también se hallan alusiones a la existencia de las almas en el Seol; cfr. Samuel (1 S. 28:15). Los impíos mantienen su personalidad en el Seol (Is. 14:9-10; Éx. 32:21-31). El Seol está abierto y expuesto a la mirada de Dios (Jb. 26:6; Pr. 15:1), y su misma presencia se hace sentir a los suyos (Sal. 139:8). Los creyentes del AT tenían además la certidumbre de la gloria futura y de la resurrección del cuerpo (Jb. 19:25-27; Sal. 16:8-11; 17:15; 49:14-16; 73:24-26; Dn. 12:2-3). El arrebatamiento de Enoc y de Elías (Gn. 5:24; 2 R. 2:11) confirma esta idea. En el NT, además, el Señor presenta unos incidentes del AT que muestran la fe de los antiguos en el más allá (Mt. 22:31-32; Lc. 20:38).

En el período precedente a la primera venida de Cristo, los judíos distinguían entre dos partes del Seol:

una, reservada a los impíos, atormentados desde el momento de su partida de este mundo;

la otra, reservada a los bienaventurados, y llamada «paraíso» o «seno de Abraham».

El mismo Jesús empleó estas expresiones y dio notables precisiones acerca de la morada de los muertos (Lc. 16:19-31). Desde su partida de este mundo, el creyente gozaba de consuelo y reposo. Éste era el «paraíso» prometido al ladrón en la cruz el mismo día de su muerte (Lc. 23:43). En cambio, el impío, en plena posesión de sus facultades y memoria, sufre en un lugar del que no puede salir. Este lugar de tormento es un encarcelamiento previo: espera allí la resurrección de los impíos, el Juicio Final y la reclusión eterna que tendrá lugar en el infierno. (Véase CASTIGO ETERNO.)

Se produjo un gran cambio en la morada de los muertos bienaventurados al descender allí Cristo. Según la profecía, el Señor no fue dejado allí (Sal. 16:8-11) por cuanto era imposible que Él fuera retenido por los lazos de la muerte (Hch. 2:24). Salido de la tumba, «subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres» (Ef. 4:8-10). Los comentaristas creen que, en Su glorificación, Cristo liberó del Seol a los muertos creyentes, y los llevó con Él al cielo mismo. El hecho es que desde entonces todos los que mueren en la fe, en lugar de descender a la morada de los muertos, van directamente a la presencia del Señor. Así, Pablo prefiere partir, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor (Fil. 1:21-24; cfr. 2 Co. 5:6-8). La muerte viene a ser para nosotros «ganancia»; de hecho, deja de ser muerte como tal (Jn. 11:25).

Siendo que el Seol, o morada de los muertos, no es nada más que una cosa provisional, dejará de existir en el momento del Juicio Final. Entonces será echado «en el lago de fuego». Junto con aquellos muertos impíos en su seno, es, por así decirlo, derramado en el infierno eterno que tendrá entonces su comienzo (Ap. 20:13-14). (Véase CASTIGO ETERNO.)


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