(gr. «asamblea», «lugar de reunión»).

Edificio destinado especialmente a la lectura y enseñanza públicas de la Ley de Moisés y que servía asimismo de tribunal y escuela. Antes del cautiverio, el culto, en su forma más elevada, sólo se celebraba en el Templo de Jerusalén; pero la lectura pública de las Escrituras se hacía también en otros lugares (Jer. 36:6, 10, 12-15), y las gentes se podían reunir en cualquier lugar alrededor de los profetas a fin de recibir sus enseñanzas. Estas reuniones no eran para ofrecer sacrificios, sino para el estudio de las Escrituras y la oración comunitaria.

El término «sinagoga» no se encuentra en el AT. No obstante, en el Sal. 74:8 se menciona la destrucción del santuario y de «todos los lugares santos» o, más lit., «todos los lugares asignados (para el servicio) de Dios». En la Reina-Valera se traduce injustificadamente por «sinagogas». En el siglo I de la era cristiana se encuentran sinagogas en todos los lugares donde se hallaban los judíos. Incluso las comunidades israelitas de ciudades poco importantes fuera de Israel las tenían. Por ejemplo, Salamina, en Chipre (Hch. 13:5), Antioquía de Pisidia (Hch. 13:14), Iconio (Hch. 14:1), Berea (Hch. 17:10). Las sinagogas eran frecuentemente numerosas en las grandes ciudades, como Jerusalén (Hch. 6:9) y Alejandría. Estas comunidades vivían con independencia del Estado, y administraban sus asuntos religiosos y civiles por sí mismas, sometiéndose sin embargo a la legislación del país (Ant. 19:5, 3). Un consejo de ancianos dirigía la sinagoga y la asociación religiosa que ella representaba (Lc. 7:3-5).

La dirección del culto, el mantenimiento del orden y el cuidado de las cuestiones materiales incumbían a varias personas que eran:

  • (a) El principal de la sinagoga (Hch. 18:8). Ciertas sinagogas tenían varios principales (Mr. 5:22). El principal presidía sobre el servicio, autorizaba o designaba a aquellos que debían orar, leer las Escrituras, exhortar (Hch. 13:15), velaba por la observancia de las prescripciones judaicas (Lc. 13:14). Los servicios no estaban asegurados por la presencia de ministros permanentes, sino por simples particulares calificados para ello. Jesús leyó las Escrituras en la sinagoga de Nazaret (Lc. 4:16), y enseñaba con frecuencia en estos lugares de reunión (Mt. 4:23). En Antioquía de Pisidia, los principales de la sinagoga invitaron a Pablo y a Bernabé a dirigir unas palabras de exhortación a los fieles (Hch. 13:15).
  • (b) Uno o más siervos se ocupaban de las tareas materiales. Llevaban el rollo sagrado al lector, y después lo volvían a poner en su lugar (Lc. 4:20). Cuando el consejo de ancianos debía decretar un castigo corporal contra alguno de los miembros de la comunidad, los siervos lo infligían.
  • (c) Había también limosneros (cfr. Mt. 6:2), encargados de distribuir ayudas a los necesitados.
  • (d) Se demandaba la presencia de diez varones, o más si era posible, que debían asistir a cada reunión de la sinagoga. Se reunían todos los sábados para el culto (Hch. 15:21), y también los días segundo y quinto de la semana, para oír la lectura de una sección de la Ley. En el servicio del sábado, un miembro de la congregación estaba encargado de recitar las oraciones. La lectura de Dt. 6:4-9; 11:13-21; Nm. 15:37-41, y la recitación de 18 oraciones y bendiciones, o sólo de algunas de ellas, tomaba la mayor parte del servicio. Mientras se ofrecía la oración, los asistentes se ponían en pie (Mt. 6:5; Mr. 11:25), y se unían finalmente a ella con un «amén» colectivo. Varios miembros de la congregación leían a turnos un corto pasaje de la Ley (Hch. 15:21). Esta lectura era precedida y seguida por acciones de gracias. A continuación, el mismo que al inicio del servicio había ofrecido oración leía ahora una sección de los profetas. Esta misma persona, u otra, desarrollaba el pasaje acabado de leer, y daba exhortaciones en base a lo leído (Lc. 4:16-22; Hch. 13:15). El servicio concluía con la bendición, que era pronunciada por un sacerdote, si lo había entre los asistentes. La congregación pronunciaba el amén final.

Los judíos daban a las sinagogas el nombre de «casa de reunión». Todavía existen ruinas de estos edificios en Galilea: en Tell Hum, que pudiera ser el emplazamiento de Capernaum; en Irbid, en Kefr Bîr'im, en Nebartein, y en algunos otros lugares. Estos edificios, de forma rectangular, estaban orientados de sur a norte. La fachada meridional presentaba una gran puerta, flanqueada por dos puertas más pequeñas; cuatro hileras de columnas dividían el interior en cinco naves. En Tell Hum hay capiteles corintios. En Irbid las columnas son de estilo mixto, entre corintio y jónico. Los dinteles de los pórticos están frecuentemente adornados con hojas de vid y con racimos de uvas. En Nabartein hay un motivo esculpido que representa el candelabro de siete brazos, acompañado de una inscripción. En Kefr Bîr'im se adivina el cordero y la vasija de maná. En 1934, en el curso de unas excavaciones, se descubrió la sinagoga de Dura-Europus, en la ribera derecha del Éufrates, junto a la carretera de Alepo a Bagdad. Una inscripción indica una fecha del año 245 d.C. Esta sinagoga presenta unos frescos notables que ilustran escenas bíblicas; allí se puede ver una de las fuentes de inspiración del arte cristiano primitivo.

Mobiliario de las sinagogas:

El púlpito del lector; un cofre o armario para los rollos sagrados; asientos, al menos para los ancianos y los ricos (Mt. 23:6; Stg. 2:2, 3). Los lugares de honor se encontraban cerca del armario que contenía los rollos de las Escrituras, frente a la asamblea, donde los hombres estaban a un lado, y las mujeres a otro. Las sanciones decretadas por los principales de la sinagoga eran infligidas en el interior del edificio, posiblemente en una estancia separada (Mt. 10:17; Hch. 22:19).

Recibe el nombre de «Gran Sinagoga» un consejo de 120 miembros, organizado, según se dice, por Nehemías, hacia el año 410 a.C. (Megilloth 17, 18). Esdras dirigió este consejo. Los profetas transmitieron la Ley de Moisés a esta Gran Sinagoga (Pirke Aboth 1:1). Simón el Justo, que murió alrededor del año 275 a.C., fue uno de sus últimos miembros. El sanedrín tomó el lugar de este consejo (Aboth 10:1). Después del retorno del cautiverio, el sanedrín reorganizó el culto, y reunió los libros canónicos. Esto es lo que afirma la tradición judía. Ni los apócrifos, ni Josefo, ni Filón mencionan la Gran Sinagoga. Tampoco las Escrituras. Por esta razón se ha objetado su existencia. Pero esta tradición no debe ser rechazada enteramente. Es bien posible que la Gran Sinagoga fuera una asamblea de escribas que decidiera tocante a cuestiones teológicas. Durante su existencia, que duró poco más de siglo y medio, el número total de sus miembros más eminentes llegó probablemente a 120. Los principales escribas, desde Esdras a Simón el Justo, formaron parte de este consejo.


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