(Iat. «superbia»).

Un deseo y pretensión de superioridad sobre los demás, junto con un rechazo de sometimiento a Dios; pretensión de autosuficiencia y autoexaltación. Es un estado opuesto al de la humildad (véase HUMILDAD). El soberbio no reconoce su dependencia como criatura de su Creador, ni la mutua dependencia con sus semejantes.

Fue el pecado de Satanás (Ez. 28; cfr. Is. 14:1-23). Fue el móvil que llevó al pecado de desobediencia en Edén (Gn. 3:1-6). Es el móvil en el hombre caído, llevándolo a una constante lucha de emulación para alcanzar la superioridad y dominio sobre sus semejantes. El cristiano no deja de ser susceptible a este pecado (1 Ti. 3:6) y es exhortado contra tan perverso estado de mente (2 Co. 12:20; Tit. 1:7; Stg. 4:6, 16; 1 P. 5:5).

La soberbia es el ideal del hombre pagano, que marcha en busca del superhombre, idealizando la fuerza, la agresividad y la mutua competencia, desdeñando la compasión y la ayuda a los débiles como contraproducente para lo que considera como el avance hacia su «hombre nuevo».

La soberbia es un estado peculiarmente aborrecido por Dios (Lv. 26:19; Nm. 15:30; Sal. 31:23; Pr. 16:18; Is. 2:11, 17; Ez. 7:24; Dn. 4:37; etc.) y conduce al más desastroso de los fines (Pr. 15:25; Mal. 4:1).


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