TEXTO Y VERSIONES CLÁSICAS DE LA BIBLIA

I. El texto del Antiguo Testamento.

Los estudios textuales buscan establecer por diversos métodos de comparación entre diversas familias de copias de las Escrituras, allí donde sus textos puedan divergir, cuál sea la variante correcta y acorde con los originales perdidos. Este trabajo resultaba poco menos que imposible con el texto del Antiguo Testamento, que, en contraste con la abundancia de mss. griegos del NT, sólo presentaba una línea muy homogénea de transcripción en hebreo: el «texto masorético». Sin embargo, la antigua versión griega de los LXX daba indicios de que en la antigüedad debía haber existido un grupo de textos hebreos que divergían del texto masorético. En la actualidad, el panorama ha cambiado grandemente tras los descubrimientos de los manuscritos bíblicos de Qumrán (véase QUMRÁN [MANUSCRITOS DE]).

El texto masorético cristalizó totalmente alrededor del año 99 d.C. Constituye un imbricado sistema de acentos, signos vocálicos y notas marginales, que indican cómo ha de proceder la lectura del texto consonantal. Sin embargo, la fecha realmente importante para el establecimiento del texto masorético básico es la de principios del siglo II d.C., cuando el rabí Akiva y sus colegas, después de un detenido examen de todos los mss. disponibles, junto con las tradiciones rabínicas directoras de la lectura, eligieron un texto consonantal hebreo que quedó desde entonces fijado. Este texto puede recibir el nombre de protomasorético.

Hasta hace pocas décadas, pues, se planteaba la cuestión, debido a la falta de copias más antiguas que la existente del año 1008 d.C. (Códice B 19A de Leningrado), y de las incompletas de la Geniza de El Cairo, descubiertas en la segunda mitad del siglo XIX, de con cuánta exactitud se había transmitido el texto del AT. En la actualidad la situación es totalmente diferente. Los citados descubrimientos de Qumrán, así como los de Wadi Murabba'at y de la zona de En-gadi, han dado evidencias que arrojan una intensa luz sobre el período que abarca desde el año 200 a.C. hasta la cristalización del texto masorético (TM). Efectivamente, los descubrimientos de la Geniza de El Cairo, con sus numerosas porciones del texto del AT que antedatan la fijación definitiva de la tradición masorética en cuanto a la vocalización, acentuación y entonación, constituyen un puente que cubre el espacio entre los descubrimientos de Qumrán, con mss. entre el año 200 a.C. y el 70 d.C., wadi Murabba'at, con mss. de alrededor del año 135 d.C., y el citado códice B 19A de Leningrado.

Los descubrimientos de Qumrán han aportado evidencia textual de tres líneas de transcripción independiente del texto hebreo identificables, a decir de F. F. Bruce, además de otras que pueden pertenecer a tradiciones textuales aún no identificadas (cfr. «The Books and the Parchments», p. 123). La evidencia que aportan los mss. de Isaías hallados en Qumrán es de gran interés. El rollo completo (1QIsa), aunque presenta un buen número de divergencias en ortografía y gramática, no demanda cambios sustanciales. A pesar de que muestra semejanzas con el texto de la LXX, se halla más cerca del TM que de la LXX. El rollo incompleto de Isaías (1QIsb), por otra parte, presenta una caligrafía mucho más bella y un texto casi idéntico al masorético. Además del gran número de otros mss. que pueden apellidarse, como éstos, protomasoréticos, hay una línea emparentada con la LXX y otra que presenta una estrecha afinidad con el Pentateuco Samaritano (véase PENTATEUCO SAMARITANO), aunque afín a la tradición judía en los pasajes divergentes acerca del centro cultural.

El peso de la evidencia es que el rabí Akiva y sus contemporáneos tuvieron gran cantidad de materiales y una fiable tradición de la transmisión del texto sobre la que trabajar. El texto masorético reposa además sobre una sólida tradición textual de gran antigüedad, atestiguada por los restos de Qumrán. Como afirma F. F. Bruce, «es instructivo contrastar la variedad de tipos representados en Qumrán (pertenecientes a las generaciones anteriores al año 70 d.C.) con la situación en otras cuevas en el Wadi Murabba'at y en la región de En-gadi, más al sur por la costa occidental del mar Muerto. Estas cuevas han dado manuscritos del período del año 132-135 d.C.; fueron usadas como escondites de las fuerzas insurgentes judías en la segunda revuelta contra Roma. A semejanza de los manuscritos de Qumrán, aparecen secciones de textos bíblicos, pero a diferencia de los manuscritos bíblicos de Qumrán, éstos exhiben un tipo uniforme de texto hebreo bíblico: el tipo recientemente establecido por Akiva y sus seguidores» («The Books and the Parchments», PP. 123-124). Así, los recientes descubrimientos conducen a descartar la idea de que el texto antiguo divergía del masorético. Esta idea, sostenida por varios autores en base a las divergencias textuales con la LXX, ha dejado paso al conocimiento de diversas tradiciones de transcripción; el texto masorético representa muy fielmente una de estas corrientes; su fijación a principios del siglo II d.C., junto con la masa de evidencia en favor de la corriente protomasorética, así como las evidencias internas, ofrece en la actualidad poderosas garantías de que el TM es un fiel representante de los originales del texto.

Por otra parte, el establecimiento de estas antiguas tradiciones independientes de copia llevan también a establecer una antigüedad mucho mayor para los originales de lo que las modernas especulaciones estaban dispuestas a aceptar. A pesar de que estas divergencias no afectan al contenido sustancial del texto, lo cierto es que unas líneas de copia independiente a partir de unos mss. originales no surgen en poco tiempo.

El cuidado extremo que los escribas (una de las más altas clases sociales en el judaísmo, y una de las labores de mayor responsabilidad) ejercían en el desempeño de sus funciones es indicado en diversos lugares en las Escrituras. Esdras es llamado «escriba diligente en la ley de Moisés» (Esd. 7:6; cfr. Esd. 7:11, 12). El Señor dio Su sanción a los escribas en su función de transmisores de la Ley de Moisés, aunque condenó su hipocresía personal: «En la cátedra de Moisés están sentados los escribas y los fariseos. Así que todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen ...» (Mt. 23:2, 3). Por su parte, Pablo, sumamente versado en estas cuestiones (había sido discípulo de Gamaliel, cfr. Hch. 22:3), afirma que el judaísmo había recibido la custodia de la Palabra de Dios (refiriéndose al AT), y no tiene nada que decir en contra de ellos (Ro. 3:1-2).

Para un examen más detallado de las técnicas de copia, transmisión del texto, etc., véanse MANUSCRITOS BÍBLICOS, MASORETAS. Véanse también CANON, INSPIRACIÓN, PENTATEUCO SAMARITANO, QUMRÁN (MANUSCRITOS DE).

Para una relación de las ediciones hechas del texto del AT heb., véase asimismo MANUSCRITOS BÍBLICOS.

 

II. Versiones del AT.

El estudio de las varias versiones antiguas del AT es también de suma importancia para la determinación de la historia del texto; hay antiguas versiones arameas, como los Targumen (véase TARGUM, aunque aquí se darán unas consideraciones suplementarias al citado artículo), la Septuaginta (LXX), las otras versiones griegas, como las de Aquila, Teodoción y Símaco. Otras son la Vetus Latina, la Itala y la Vulgata.

  • 1. La Septuaginta (LXX).

Es la traducción más célebre y la más antigua del AT, al gr. popular (koiné). Según la leyenda, Ptolomeo Filadelfo (285-247 a.C.) habría encargado a 72 eruditos judíos llevar a cabo esta obra. La versión de los LXX, comenzada en Alejandría, recibe su nombre de esta tradición. Parece establecido que verdaderamente la traducción del Pentateuco fue acabada bajo Ptolomeo Filadelfo. Los otros libros del AT fueron siguiendo paulatinamente, y todo el AT quedó traducido hacia el año 150 a.C. El estilo y la forma de proceder dan evidencia de muchos traductores. Filón, convencido de su conformidad al texto hebreo, dice: «Cuando los hebreos que han aprendido griego, o los griegos que han aprendido hebreo, leen los dos textos, se quedan admirados ante estas dos ediciones, y las veneran como dos hermanas, o incluso como una sola persona» («Vida de Moisés», por Filón). A la luz de los mencionados descubrimientos de Qumrán, y de la existencia de mss. heb. emparentados con la LXX, ya no se puede sostener la creencia de que la LXX es en muchos pasajes una mala traducción del texto heb. En todo caso, las divergencias que pueda mostrar provienen de una tradición de copia hebrea divergente anterior. La LXX fue adoptada por la iglesia cristiana como texto del AT, y la mayor parte de las citas bíblicas del AT en el NT son de esta versión (véase CITAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO EN EL NUEVO).

Parece que hubo tres recensiones principales de la LXX. Una apareció hacia el año 245 d.C. y las otras dos son anteriores al año 311 d.C. La primera es de Orígenes (Palestina), la segunda es de Luciano (Asia Menor), La tercera de Hesiquio (Egipto). Estos tres hombres sufrieron el martirio.

El Codex Vaticanus contiene el AT gr. casi entero; el Codex Alexandrinus y el Codex Sinaiticus incluyen una gran parte de esta versión. El Codex de Ephrem y otros mss. contienen también porciones del AT gr. (Véase MANUSCRITOS BÍBLICOS.)

  • 2. Versiones griegas posteriores.

Después de la toma de Jerusalén (70 d.C.), la versión LXX perdió su popularidad entre los judíos, debido al uso que hacían de ella los cristianos como texto del AT, y como base para demostrar que Jesús era el Mesías. Por esta razón los judíos hicieron en el siglo II tres nuevas versiones del canon heb. Sólo se conocen fragmentos o citas, con la excepción del libro de Daniel de Teodoción, que se conserva íntegro.

  1. La traducción de Aquila, prosélito judío (hacia el año 128 d.C.). Contemporáneo del emperador Adriano; su traducción es excesivamente literal, y casi ininteligible para los lectores no versados a la vez en heb. y gr. Aquila quería combatir las doctrinas cristianas y detener el uso de la versión LXX.
  2. Revisión de la LXX por Teodoción, que puede ser situada dentro del primer tercio del siglo II d.C. Ireneo dice que era un prosélito judío de Éfeso; Eusebio afirma que era un judío ebionita. Su traducción se basa en la de Aquila y en el original heb.
  3. La versión elegante pero parafraseada de Símaco, cristiano judaizante, hacia el final del siglo II d.C. Orígenes conoció además tres versiones gr. anónimas.

Orígenes (hacia el año 185-254 d.C.) preparó el texto heb, y cuatro versiones en seis columnas paralelas para su comparación. La disposición era así: Primera columna: el texto hebreo; segunda: el texto hebreo transcrito a caracteres griegos; tercera: la versión de Aquila; cuarta: la de Símaco; quinta: la LXX; sexta: la revisión de Teodoción. El nombre de Hexapla que recibe esta obra proviene de su disposición en seis columnas; fue acabada hacia el año 245 d.C., y seguida de una edición desprovista de las columnas en hebreo. En el siglo IV, Jerónimo consultó estas dos obras, depositadas en la biblioteca de Cesarea, en Palestina. Todavía existían en el siglo VI. Fueron indudablemente destruidas cuando los árabes se apoderaron de esta ciudad en el año 638 d.C. Aparecen citas de la obra de Orígenes en las obras de los Padres.

  • 3. Los targumes.

Al volver del exilio babilónico, los israelitas no hablaban el hebreo, sino el arameo, llamado erróneamente caldeo. Cuando Esdras y sus ayudantes leían la Ley al pueblo, la tenían que traducir (Neh. 8:8). Al principio, esta interpretación era sólo una paráfrasis oral en arameo judaico. Finalmente, se fijó esta tradición por escrito. Hasta recientemente, los únicos targumes conocidos eran los clásicos (véase TARGUM); sin embargo, en Qumrán se han hallado partes de un targum de Job (Cueva 11), y fragmentos de un targum de Levítico (Cueva 4); en la Cueva 1 se halló un rollo de Génesis que, aunque no es propiamente un targum, tiene varias de sus características. Los de particular interés son los «oficiales», que plasman por escrito la tradición oral en la sinagoga, y que permiten descubrir el sentido que se le daba en el judaísmo ortodoxo a los pasajes difíciles. Entre ellos, destacan el targum de Onquelos sobre el Pentateuco. En ocasiones, Onquelos ha sido identificado con el traductor Aquila anteriormente mencionado; sin embargo, la evidencia apunta a que este targum recibió su forma actual en el siglo III d.C., tratándose de una traducción muy fiel al original. Jonatán ben Uziel redactó un targum sobre los profetas, que es posterior al de Onquelos, y parafraseado. Hay otros targumes, como el Neofiti (véase TARGUM).

Otras versiones antiguas del AT se dan en una sección posterior que trata de las versiones a toda la Biblia, o secciones de ella, destinadas al uso de la iglesia cristiana. 

 

III. El texto del Nuevo Testamento.

Existe para el Nuevo Testamento una gran masa de mss. Debido a las persecuciones, especialmente la de Diocleciano (véase PERSECUClÓN), desaparecieron las copias anteriores al siglo IV d.C., con pocas excepciones, como los papiros de Chester Beatty, de comienzos del siglo III d.C., y otros, como el Fragmento de Rylands, de la primera mitad del siglo II d.C., conteniendo un pasaje del Evangelio de Juan (véanse EVANGELIOS, RYLANDS [FRAGMENTO DE]), y los famosos fragmentos griegos de la Cueva 7 de Qumrán, anteriores al año 70 d.C., identificados como pertenecientes a Marcos, Hechos, Romanos, 1 Timoteo, 2 Pedro, Santiago (véase QUMRÁN [MANUSCRITOS DE]), entre otros. Estos fragmentos, debido a su pequeñez, no pueden ser usados para el estudio del texto; sin embargo, son de utilidad como evidencia de la antigüedad de los textos del NT, y como prueba de que la fijación del texto del NT no tuvo que esperar a un largo período de «reelaboración» en las comunidades cristianas, como han pretendido los modernos teorizadores, que pretenden ver en los Evangelios, por ejemplo, no un relato factual de la persona, dichos y obras de Cristo, sino una manipulación mítica acumulada en torno a un núcleo «histórico» que dejaría poco o nada de los Evangelios tal como nos han sido transmitidos. Así, acerca de la antigüedad del texto, el presente panorama arqueológico concuerda con la evidencia interna del NT y con los antiguos testimonios de los Padres de la iglesia acerca de su redacción y transmisión (véanse CANON, MANUSCRITOS BÍBLICOS, y los artículos correspondientes a cada libro del NT).

Con respecto al contenido del NT, hay en la actualidad muy poca incertidumbre acerca del texto original. De hecho, no se ha dado nunca ninguna variación textual que afectase de manera sustancial al texto ni ninguna doctrina de tipo fundamental. Los descubrimientos de mss. antiguos, junto con el ímprobo trabajo de clasificación de la gran masa de mss. antiguos en líneas de transmisión de texto, y su comparación, han permitido afinar y llegar en muchos pasajes a una certidumbre acerca de la fraseología y texto exacto del original, lo que es de gran importancia para restablecer el texto a la pureza. Pero, felizmente, no se trataba de salir de una situación mala en cuanto al texto conocido, sino mejorar una situación textual más que satisfactoria.

Los mss. del NT se dividen en unciales y cursivos. Uncial procede del latín «uncia», «pulgada». Se refiere a los mss. escritos en letras mayúsculas, sin espacio en las palabras, y pocos puntos o ninguno. Las palabras se dividían al final de las líneas sin que este hecho se señalara con ninguna marca, y sin poner ningún cuidado en preservar las sílabas. También se hacían contracciones, añadiéndose una raya horizontal encima de la misma para indicar el hecho. Los principales mss. unciales son:

  • (a) El Sinaiticus, del siglo IV, que contiene todo el NT;
  • (b) el Vaticanus, también del siglo IV, que contiene de Mateo a Hebreos 9:14, incluyendo las Epístolas Universales, insertadas, como en otros mss., después de Hechos. Se han perdido Timoteo, Tito, Filemón y Apocalipsis;
  • (c) el Alexandrinus, del siglo V, con todo el texto del NT;
  • (d) el Ephræmi, del siglo V, con alrededor de dos terceras partes del texto del NT;
  • (e) el Bezæ, del siglo VI, con casi todo el texto de los Evangelios y Hechos, en gr. y lat.;
  • (f) el Claromontanus, del siglo VI, con las epístolas de Pablo, en gr. y lat.;
  • (g) el Laudianus, del siglo VI, con la mayor parte de Hechos, en gr. y lat.;
  • (h) el Basilianus, del siglo VIII; también es llamado Vaticanus 2066; contiene el Apocalipsis;
  • (i) el Porphyrianus, del siglo IX, que contiene Hechos, las Epístolas, y Apocalipsis.

Mientras que los mss. unciales se extienden desde el siglo cuarto al décimo, los mss. cursivos, así llamados por estar escritos en cursiva, son de fecha posterior, y ocupan el periodo entre el siglo décimo y el decimosexto. Los cursivos están numerados. Los más importantes entre ellos son:

  • (a) El 1, del siglo X, con todo el NT excepto Apocalipsis;
  • (b) el 33, del siglo XI, conteniendo todo el NT excepto Apocalipsis. Se le asigna el nº 33 para los Evangelios, el 13 para Hechos y Epístolas Universales, y el 17 para las Epístolas de Pablo;
  • (c) el 69, del siglo XIV, conteniendo todo el NT. Se le asigna el 69 para los Evangelios, el 31 para Hechos y las Epístolas Universales, el 37 para las Epístolas de Pablo, y el 14 para Apocalipsis;
  • (d) el 47, del siglo XI, que contiene las Epístolas de Pablo, y 
  • (e) el 61, del siglo XVI, que contiene todo el NT, aunque se atribuye a varios copistas. Se le asigna el 61 para los Evangelios, el 34 para Hechos y las Epístolas Universales, el 40 para las Epístolas de Pablo, y el 92 para Apocalipsis.

Hay muchos otros mss., que han sido clasificados en familias de copias. Debido a su gran número y posibilidad de agrupación en familias, se ha podido llegar a tener una idea bastante bien fundada de la transmisión del texto. Para dar cifras totales, existen en la actualidad más de 250 códices unciales, 2.500 códices cursivos, además de los restos anteriores de «papiros»; a esto se pueden añadir unos 2.000 «Evangelistiarios» que se usaban como leccionarios en los servicios del culto, y que contenían partes de los Evangelios.

Otras ayudas para el estudio comparativo y la crítica textual del texto griego original lo constituyen las citas de los Padres, griegos y latinos. Las citas de los Padres inmediatamente posteriores a los apóstoles son de gran interés, porque reflejan el texto durante el siglo II, del que no se conservan mss.

Divergencias en los textos del NT.

Para juzgar acertadamente entre las divergencias de las diversas familias de textos del NT, el crítico textual tiene que apreciar los errores intencionales y los involuntarios de los copistas. Entre los intencionales, se pueden contar:

  1. las correcciones lingüísticas y retóricas; aquí el copista actuaba de buena fe, intentando corregir lo que a su juicio pudiera ser mala gramática;
  2. correcciones históricas;
  3. armonísticas, en las que el copista uniformiza pasajes paralelos; son frecuentes en los Evangelios;
  4. correcciones doctrinales, como la famosa de Ro. 8:1 b; o los varios pasajes en los que se une el ayuno a la oración (Mt. 17:21; Mr. 9:29, etc.);
  5. correcciones litúrgicas, especialmente en los leccionarios, para dar un inicio no abrupto a la lectura.

Entre los errores involuntarios se pueden contar:

  1. deslices de la pluma, como confusión entre letras similares;
  2. errores idiomáticos, debido a un diferente hábito dialectal por parte del copista;
  3. errores de la vista, en los que se da un fallo de percepción de letras similares;
  4. errores de la memoria, en los que se puede dar un mal registro en el lapso entre que el copista lee la sección a transcribir y la transcribe sobre el papel;
  5. errores de juicio, entre los que se encuentran las incorporaciones de glosas marginales al texto (véase INTERPOLACIÓN).

Para hacer frente a estas divergencias entre las diversas familias de textos, el crítico textual, en su intento de lograr una aproximación lo más estrecha posible al texto original, ha desarrollado los siguientes criterios:

  • (a) En principio, es una variación más antigua que otra más reciente. Se supone que la antigua está más cercana al texto original. Sin embargo, se debe usar gran precaución con este criterio, por cuanto en copias más modernas de alguna de las líneas de transmisión del texto pudieran hallarse las lecturas genuinas. Por ejemplo, puede darse el caso de comparar un ms. antiguo, descartado por defectuoso, y por ello no desgastado, con una variante incluida en un ms. más reciente, habiendo desaparecido mss. mucho más antiguos con estas variantes debido a su uso continuo y desgaste consiguiente. En tal caso, la lectura genuina no estaría en el ms. antiguo, sino en el relativamente reciente.
  • (b) En caso de una variante fácil y otra difícil, se debe tomar la difícil, por cuanto la tendencia de los copistas es a simplificar. Ello, naturalmente, cuando haya evidencia suficiente en favor de la dicha variante. Los copistas, con la mejor de las intenciones, solían simplificar las oraciones gramaticales complicadas, creyendo así aclarar el sentido a los lectores.
  • (c) Las variantes más cortas son preferibles; los copistas tendían a añadir e interpolar, a amplificar el texto más que a reducirlo.
  • (d) A decir de Scrivener, es preferible aquella variante «más apropiada al estilo propio, manera y hábitos mentales del autor; los copistas tendían a pasar por alto las idiosincrasias del escritor...».
  • (e) Se debe aceptar como indudablemente original toda lectura que tenga un gran apoyo de los mss. más antiguos junto con las versiones y las citas patrísticas.
  • (f) La existencia de desacuerdo entre las autoridades antiguas indica que el pasaje en cuestión quedó distorsionado con anterioridad.
  • (g) Se debe dar un gran valor a la existencia de testimonio concordante procedente de documentos de localidades y/o épocas muy apartadas.

A todo ello se añade la evidencia del método de estudiar las líneas de transmisión de los mss. agrupando en familias aquellos que evidencian una mayor cantidad de variantes comunes. De esta manera se ha llegado a establecer una clasificación de cuatro grupos de textos:

  • (a) el llamado antioqueño, sirio, o bizantino, que es el más popular; constituye la base del Textus Receptus y de la versión Reina-Valera;
  • (b) el grupo egipcio;
  • (c) el alejandrino y
  • (d) el occidental.

De todos estos grupos, el más aceptado en la actualidad es el (b), aunque en la controversia el grupo (a) tiene capaces defensores y poderosos argumentos. Para un estudio detenido de la cuestión textual, ver Hills, E. F.: «The Magnificent Burgon, Doughty Champion and Defender of the Byzantine Text», en Which Biblie?, ed. D. O. Fuller (Grand Rapids International Publications, 1970/1984); Martin, A.: «A Critical Examination of the Westcott-Hort Textual Theory», en Which Bible? (ibid.); Mauro, P.: «Which Version», en True or False? (Grand Rapids International Publications, 1973/1983); Burgon, J. W.: «The Revision Revised», en True or False?, ed. D. O. Fuller; mismo autor: «The Last Twelve verses of the Gospel according to St. Mark», en Counterfeit or Genuine?, ed. por D. O. Fuller (Grand Rapids International Publications, 1975/1984).

En el estudio de las diferentes evidencias han tenido un importante papel las llamadas Biblias Políglotas, que han facilitado el estudio simultáneo de varios textos (véase POLÍGLOTA).

Estos métodos fueron aplicándose gradualmente. Orígenes es el primero que puede recibir el nombre de crítico textual. La invención de la imprenta hizo más clara la necesidad de llegar a un texto normativo y fidedigno. El primer paso fue dado por Erasmo, cuya primera edición del texto griego (con una traducción latina) vio la luz en el año 1516; la cuarta edición, en 1537, daba el texto definitivo de Erasmo; para el trabajo crítico ya había podido usar la Políglota de Cisneros, publicada el año 1522. Robert Estienne publicó en 1546 la primera edición del gr., basada en Erasmo y en Cisneros. En la tercera edición daba lecturas marginales de quince mss. gr. nuevamente descubiertos. En 1551 publicó su famosa edición dividida en versículos. Siguieron las diez ediciones de Beza, pero sin hacer ningún gran adelanto. Las ediciones de Elzevir, en Leiden y Amsterdam, fueron publicadas en 1624 y 1633, con reimpresiones hasta 1678. La de 1633 es la que recibió el nombre de «textum ergo habes nunc ab omnibus receptum», o textus receptus, y que sólo tiene 287 variantes respecto al ya mencionado texto de Robert Estienne.

John Mill marcó un punto de inflexión en 1707 cuando, después de treinta años de trabajos, publicó una nueva edición. Se trataba de la edición de Estienne de 1550, pero con numerosas notas y apéndices, fruto de su investigación sobre 78 manuscritos, numerosas versiones antiguas, incluyendo la Peschitto, Vetus Latina y Vulgata. En su Prolegomena exponía sus ideas acerca de la manera de llevar a cabo la crítica textual, y que imprimieron un nuevo rigor a esta disciplina.

Siguieron los trabajos de Bengel (1737); Wetstein (1751-2); Griesbach (1796-1806), que fue el verdadero iniciador de la clasificación de los mss. en lineas de descendencia; Lachmann (1842-50); Tischendorf, el gran explorador, erudito y aventurero bíblico (su octava edición, publicada en 1856-72, fue un nuevo punto de inflexión para los estudios bíblicos), fue indudablemente el más destacado de los críticos textuales, aunque paradójicamente también el más cambiante y menos coherente; S. P. Tregelles (1857-72); Westcott y Hort (1881). En el Cambridge Greek Testament de 1887 se dan todas las lecturas de Lachmann, Tischendorf, Tregelles, Westcott y Hort y del Comité de Revisión de la Versión Autorizada de 1881 como notas marginales. En la actualidad tiene gran aceptación el texto del Dr. Bruce Metzger, que es una revisión del texto de Nestlé de 1960.

El Dr. E. Abbott solía señalar que «alrededor de diecinueve de cada veinte variaciones tienen tan poco apoyo que, aunque haya varias lecturas, nadie las consideraría como lecturas rivales, y diecinueve de cada veinte de las restantes tienen tan poca importancia que su aceptación o rechazo no sería causa de ninguna diferencia apreciable en el sentido de los pasajes en los que tienen lugar». El punto de vista del Dr. Hort era que «en una palabra de cada ocho existen varias lecturas apoyadas por suficiente evidencia como para hacernos parar y examinarla; alrededor de una palabra por cada sesenta tiene varias lecturas apoyadas por tanta evidencia como para hacer que nuestra decisión no sea tomada a la ligera, pero son tantas las variaciones triviales que sólo se da una palabra por cada mil en la que haya una variación sustancial que justifique los esfuerzos del crítico para decidir entre las lecturas variantes». Sigue siendo válida la frase de Bentley: «El texto real de los escritos sagrados es competentemente exacto, y no se pervierte ni pierde ni un artículo de fe ni de moral, por muy singularmente que se pudiera elegir, incluso si a propósito se tomaran las peores variantes de toda la masa de lecturas alternativas.» Sin embargo, el erudito creyente tiene el mayor de los motivos en discernir el texto hasta allí donde le sea posible, porque está buscando llegar a la más estrecha correspondencia con el texto original tal como Dios lo dio por inspiración a Sus siervos.

Bibliografía:

Bruce, F. F.: «The Books and the Parchments» (Pickering and Inglis, Londres, 1975);

Kenyon, F. G.: «Recent developments in the Textual Criticism of the Greek Bible» (Londres, 1933);

Burrows, M.: «Burrows on the Dead Sea Scrolls» (Baker Book House, Grand Rapids, 1978)

(véase más bibliografía sobre los mss. del mar Muerto bajo QUMRÁN [MANUSCRITOS DE]);

Fuller, D. O., ed.: «Which Bible?» Grand Rapids International Publications, 1970/1984); «True or false» (G.R.I.P., 1973/ 1983); «Counterfeit or Genuine?» (G.R.I.P., 1975/1984): Son tres recopilaciones de artículos de autores como J. W. Burgon, P. Mauro, E. F. Hills, S. Zwemer, T. H. Brown, W. N. Pickering, Z. C. Hodges, H. C. Hoskier, A. Martin y B. C. Wikinson con una vigorosa defensa del texto bizantino, o Textus Receptus, como el más aproximado al texto original del NT;

Lacueva, F.: «Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español» (Clíe, Terrassa, 1984);

Sitterly, C. F.: «Text and Manuscripts of the New Testament», en ISBE (Wm. Eerdmans, Grand Rapids, 1946);

Weir, T. H.: «Text of the Old Testament», en ISBE.

Varios: «Biblia», en «Gran Enciclopedia Rialp» (Rialp, Madrid, 1971).


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