(del arameo «t'õmã, «mellizo»).

Uno de los doce apóstoles (Mt. 10:3), que también era conocido por el nombre gr. de Dídimo, «mellizo». Al saber que Jesús quería volver a Judea, donde lo habían querido apedrear (Jn. 11:7, 8), Tomás exclamó: «Vamos también nosotros, para que muramos con él» (Jn. 11:16). Respondiendo a una pregunta de este discípulo, Jesús le dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Jn. 14:1-6). Cuando Cristo apareció a los discípulos, Tomás estaba ausente, y no creyó en la resurrección hasta que vio con sus propios ojos al Señor (Jn. 20:24-29). En su obstinación había afirmado que no creería hasta que no pusiera sus dedos en las llagas del Señor, y su mano en Su costado traspasado. Su confesión fue sin embargo sublime. Al ver al Señor, Tomás se postró ante Él, y clamó, diciéndole: «¡Señor mío y Dios mío!»

Junto con otros seis discípulos, fue testigo y actor de una pesca milagrosa en el lago de Galilea, en una aparición del Señor resucitado (Jn. 21:1-8). Después de la ascensión, Tomás y los otros apóstoles se retiraron al aposento alto (Hch. 1:13).

Según una tradición de gran antigüedad (siglo IV), anunció el evangelio a los partos y a los persas. Tomás habría muerto en Persia, según esta tradición. Otras tradiciones lo hacen el apóstol de la India, donde habría sufrido el martirio.

Circuló una diversidad de obras apócrifas a partir del siglo II en las que Tomás tiene un papel destacado. Varias de ellas son de carácter gnóstico y fantástico. Entre ellas se pueden destacar:

Los Hechos de Tomás,

El Apocalipsis de Tomás y 

El Evangelio de Tomas.

Estas obras sin embargo dan evidencia de su falsedad, contrastando intensamente con las enseñanzas y el carácter de los escritos canónicos (véanse APÓCRIFOS, CANON).


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