Conformidad entre lo que se expresa y aquello que es objeto de la comunicación. A través de las Escrituras aparece lo que Dios designa como «la verdad». Es divina, y está por encima de las opiniones de los hombres, por prudentes y piadosos que éstos sean. En el AT se da la amonestación: «Compra la verdad, y no la vendas» (Pr. 23:23). «La verdad» debe referirse a Dios, el cual es verdadero, pero que como Dios no es llamado «la verdad». Ésta comprende todo lo que pueda ser conocido de Dios, sea declarada por la creación o dada a conocer por revelación. La verdad no es simplemente lo que se mantiene como dogma, sino que tiene que ser recibida en el alma. Pablo preguntó a los gálatas quién los había estorbado para que no obedecieran a la verdad (cfr. Gá. 5:7). El juicio caerá sobre la Cristiandad, «por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos« (2 Ts. 2:10).

La verdad es el camino real a la libertad: «la verdad os hará libres» (Jn. 8:32; cfr. v. 36). La verdad no puede ser separada del Señor Jesús que es «el camino, y la verdad, y la vida». Él es la verdad, por cuanto es la revelación personal de Dios al hombre. Ello, objetivamente. Subjetivamente, el Espíritu es la verdad, al venir del Cristo glorificado. En las tres Epístolas de Juan «la verdad» es constantemente mencionada, y se advierte a una dama cristiana a que no acepte a nadie en su casa, ni le diga «¡Bienvenido!» a no ser que mantenga las doctrinas enseñadas por los apóstoles, en otras palabras, «la verdad», que está en Jesús (2 Jn. 10, 11; Ef. 4:21). (Véase MENTIRA).


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