Aquello que Dios muestra de forma sobrenatural al espíritu o a los ojos corporales. La Biblia no siempre distingue netamente entre visiones y sueños, pero señala la gran diferencia entre las visiones vanas (Jb. 20:8; Is. 29:7) y las visiones de los profetas de Jehová. Las visiones pueden dirigirse a los sentidos por mediación de un objeto externo. Moisés vio la zarza ardiente (Éx. 3:3). Pueden también presentarse a la imaginación, sin el concurso de los sentidos. Ezequiel tuvo una visión de cuatro seres vivientes (Ez. 1:4-28). La visión se dirige en ocasiones sólo a la inteligencia. Un ejemplo es la revelación de las semanas (Dn. 9:20-27). Puede haber una combinación de las tres formas de visión (Hch. 10:9-20). Estos fenómenos sobrenaturales pueden darse de día o de noche, con o sin éxtasis, a veces por medio de un sueño (Hch. 16:9; 18:9; 2 Co. 12:1-4; Lc. 1:22; Mt. 17:9; Lc. 24:23; Hch. 26:19). Las visiones no están reservadas únicamente a los santos; hubo paganos que las tuvieron (Gn. 41:1-36; Nm. 24:4, 16; Dn. 2:3-23). El que recibe la visión está convencido de que Dios se dirige a él. Las Escrituras advierten en contra de las falsas visiones y señalan a quien lo reconozca lo vano de estas manifestaciones (Jer. 23:13-27; cfr. Is. 8:19-20; Dt. 18:10-14).

Las visiones que provienen de Jehová llevan la impronta de Su Espíritu de sabiduría, de pureza, de verdad, de justicia. Su contenido, siempre moral, tiene un objeto didáctico, frecuentemente en relación con acontecimientos próximos o futuros. Numerosas visiones de carácter profético han sido ya cumplidas. La Biblia denuncia a los falsos profetas y los condena (Jer. 14:14, 15; Ez. 13:8-10; Mt. 7:15-20; 1 Jn. 4:1).


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