Las viudas llevaban una ropa especial que las distinguía (Gn. 38:14, 19). Después de quitarse las joyas, se ceñían de saco y se mesaban los cabellos, no ungiéndose la cabeza (Jdt. 10:3, 4; 16:7-8).

Dios exhorta a tener compasión de los desventurados entre los que cuenta a las viudas (Dt. 10:18; Sal. 68:5; 146:9; Pr. 15:25; Jer. 49:11).

La Ley de Moisés, como después de él los profetas, exhortaban a los israelitas a tratar a las viudas con justicia. Dios castigará a los que las dañen (Éx. 22:22; Dt. 14:29; 16:11, 14; 24:17-21; 26:12, 13; Is. 1:17; Jer. 7:6; 22:3; Zac. 7:10; Mal. 3:5).

Jesús ataca a aquellos que atentan contra los recursos de las viudas (Mr. 12:40).

La iglesia primitiva se cuidaba de las viudas desvalidas (Hch. 6:1; Stg. 1:27; 1 Ti. 5:3, 16), con la condición de que tuvieran al menos 60 años y que precisaran de esta ayuda (1 Ti. 5:9, 10).

Desde finales del siglo II hasta el IV, los autores eclesiásticos hablan de las viudas ancianas como formando una especie de hermandad encargada de ocuparse de las mujeres que pertenecían a la iglesia, especialmente de las viudas más jóvenes y de los huérfanos. En el año 364 d.C., el sínodo de Laodicea abolió esta función.

En cuanto a segundas nupcias de una viuda con un hermano de su marido, véase MATRIMONIO.


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