E hicieron un becerro en aquellos días, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y se regocijaron en las obras de sus propias manos.

Con el progreso de su discurso de defensa, aumenta el fervor apasionado de los argumentos de Esteban. Está predicando la Ley, y no tiene la intención de suavizar sus golpes de mazo mediante ninguna circunstancia que la alivie hasta que haya sacado a relucir su punto correctamente. Fue Moisés, recuerda una vez más a sus jueces, el que se refirió, profetizó, acerca de otro profeta, como él, cap. 3:22, exigiendo que le rindieran obediencia, siendo así Moisés partidario de las pretensiones de Cristo.

Fue Moisés, nuevamente, quien, en medio de la congregación o asamblea de los hijos de Israel en el desierto, fue el único que disfrutó de la relación personal y la intimidad del gran Ángel del Señor que había hablado con él antes en el Monte Sinaí, y quien ahora, como el Dios todopoderoso, habló a toda la nación reunida. Fue Moisés, una vez más, quien recibió las palabras vivas, los oráculos o dichos vivos de la boca de Dios para dárselos al pueblo.

Las leyes de los judíos no pretendían ser letra muerta, como las comunicaciones que los sacerdotes paganos afirman recibir de sus dioses, pero poseen poder y eficacia vitales. Pero a pesar de todas estas manifestaciones y testimonios expresos de Dios para confirmar el llamado de Moisés y establecer su posición entre el pueblo, los israelitas, los padres de la raza actual, como comenta Esteban, no quisieron ser obedientes a Moisés, sino lo rechazaron, lo rechazaron y volvieron su corazón hacia Egipto.

Le pidieron a Aarón que les hiciera una especie de dioses que en adelante pudieran ser considerados sus gobernantes y líderes en el desierto, porque Moisés se demoró tanto en la montaña que no sabían qué destino podría haberle alcanzado, como comentan con ligereza. Y así ellos, por medio de las manos de Aarón, quien probó su herramienta voluntaria, en aquellos días hicieron la figura de un becerro, y trajeron ofrendas quemadas delante de su ídolo y se regocijaron, hallaron su gran placer y felicidad, en las obras de sus propias manos. .

La ironía de Esteban es intencional, ya que una de sus acusaciones es que los judíos de su época también depositaban su confianza en cosas externas y esperaban ser salvados por la observancia exterior de costumbres y ceremonias, muchas de las cuales habían inventado ellos mismos. Siempre existe el peligro, especialmente en una iglesia que se ha establecido por algún tiempo, de una ortodoxia muerta, de aferrarse a las formas externas aunque la vida se haya ido.

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