En aquel día sabréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros.

El Señor repite Su consoladora seguridad desde otro ángulo. Promete no dejar a sus discípulos huérfanos, sin guía, privados de toda comodidad. Además del hecho de que Él les proporcionará el Consolador, Él mismo no los abandonará y los dejará a la suerte de niños privados de sus padres. Puede parecerles que Su partida significa tanto, pero debido a este mismo hecho de que Él está entrando en Su gloria, Él podrá estar presente con ellos tan seguramente como antes, y para todos los tiempos.

Él volverá a ellos en los medios de la gracia, donde su presencia es siempre cierta, y pronto volverá a ellos en persona. Es sólo un poco de tiempo, y el mundo, los incrédulos, los hostiles hijos de la incredulidad, no lo verán más, ni con los ojos del cuerpo ni con los del espíritu. Pero sus discípulos lo verían y lo verán, siendo alumbrados los ojos de su entendimiento; lo entenderían a Él, Su persona y obra, mejor que nunca.

Porque con Su resurrección Su cuerpo humano entraría en un nuevo modo de existencia, Su cuerpo mortal sería transfundido de divinidad, sería transfigurado para siempre. Jesús vive, y ellos vivirán. Cuando Cristo viene a ellos en el espíritu y aprenden a conocerlo y comprenderlo mejor cada nuevo día, entonces se convierten en participantes de la nueva vida espiritual de Jesús. También comprenderán cada vez más lo que significa esa maravillosa unión y comunión que se da entre el Padre y el Hijo, entre los creyentes y Cristo.

Y llegará el día en que el último jirón del velo será quitado de sus ojos, y conocerán a su Salvador y el misterio del Dios Triuno tal como son conocidos. Mientras tanto, deben estar seguros de que la relación entre el Salvador y los creyentes es tan íntima y bendita como la que existe entre el Padre y el Hijo. La presencia de Jesús en los creyentes les asegura la plenitud de Su gracia y poder en ellos, gracia y misericordia por sus pecados y poder para su santificación.

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