Y contaron las cosas que habían hecho en el camino, y cómo les fue conocido al partir el pan.

La desaparición de Cristo no llenó los corazones de estos dos hombres con un nuevo dolor y temor. Tenían el bendito recuerdo de las palabras de Jesús que les había dicho en el camino. Llenos de ansiosa felicidad intercambiaron confidencias sobre su experiencia. Es una palabra expresiva: sus corazones habían estado ardiendo dentro de ellos. "Su corazón comenzó a arder mientras el Extraño explicaba las Escrituras, y siguió ardiendo, y ardiendo en llamas cada vez más claras, a medida que avanzaba.

En su discurso sobre la forma en que el Señor les había abierto completamente las Escrituras. Ahora se dieron cuenta de que las profecías de antaño habían sido para ellos un libro sellado y escondido. Pero ahora se les había abierto, ahora comprendían algo de su maravillosos tesoros y hermosuras. Este es siempre el efecto de las palabras de Cristo. Cuando estamos tristes y débiles, cuando anhelamos el consuelo y luego escuchamos la Palabra del Señor con todo entusiasmo, entonces nuestro corazón se calentará con el consuelo de la salvación y del perdón de los pecados, y nuestra fe, que estaba a punto de extinguirse, es avivada una vez más al resplandor de una llama rica.

Porque el Cristo resucitado está en y con Su Palabra. Es el Cristo viviente quien imprime la Palabra del Evangelio en nuestros corazones y sella el consuelo de la expiación a través de la sangre de Cristo en nuestros corazones. La alegría de estos hombres no les permitió descansar en Emaús. Aunque entonces debían de ser más de las seis, se levantaron inmediatamente de la comida; se apresuraron a regresar a Jerusalén; se sintieron obligados a llevar la buena noticia a los demás.

Y por el momento encontraron a todos felices. Los apóstoles y los discípulos estaban todos reunidos en un solo lugar, y se encontraron con la noticia de que el Señor había resucitado en verdad y se había aparecido a Simón. En algún momento del transcurso del día, Jesús se había encontrado con Pedro, probablemente para tranquilizar al apóstol profundamente arrepentido acerca de su perdón. Pero los dos discípulos de Emaús no se arrepintieron de que alguien se les hubiera adelantado para traerles la feliz noticia.

Porque esto sería una confirmación bienvenida de su propia experiencia, y los demás estarían muy contentos de escuchar su historia y así recibir más seguridad. Fue lamentable que las viejas dudas regresaran pronto al corazón de la mayoría de los discípulos, como se ve obligado a afirmar Marcos. Los cristianos no deben depender demasiado de los momentos de exaltación de su vida espiritual. No siempre podemos estar en los picos de las montañas en nuestra experiencia cristiana, sino que de vez en cuando debemos descender a los valles. Pero Su Palabra está con nosotros aun en el valle de sombra de muerte.

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