Y comenzaron a rogarle que se fuera de sus territorios.

Una triste secuela: los cerdos son más apreciados que el hombre. Nótese la narración concisa y vívida del evangelista. Los porqueros huyeron y anunciaron a los dueños de la ciudad y alrededores el destino de sus bienes, y éstos acudieron a verificar el informe, probablemente con algún resentimiento contra el hombre que les había despojado, aunque fuera indirectamente, de sus cerdos. Su camino conducía directamente a Jesús, y ahora podían tener la convicción de que el ex endemoniado había sido completamente sanado.

El que anteriormente había corrido por las colinas con grandes gritos ahora se sentó a los pies de Jesús tan silenciosamente como cualquier otra persona podría haberlo hecho; el que antes se había despojado de toda ropa, ahora estaba completamente vestido; el que anteriormente había delirado en la locura ahora tenía el pleno uso de su mente y sus sentidos. Era una vista que bien podría llenarlos de miedo. Y estando de pie alrededor, los testigos del milagro relataron toda la historia, la curación y la catástrofe posterior, que había resultado en la pérdida de los cerdos.

Jesús, por este milagro, había probado de nuevo que era el poderoso Libertador del poder de Satanás. Esto debe ser evidente para todos. Fue una visitación de la misericordia sobre este pueblo que el gran Profeta de Galilea había venido en medio de ellos. Pero aquí resultó ser cierto lo que la experiencia atestigua en mil casos: el poder del demonio sobre el corazón del hombre es más insidioso y terrible que sobre los miembros.

Los ojos de esta gente no fueron abiertos. Empezaron, todos ellos, a instarle a que saliera del país. "Se animaron a desear la partida de Cristo, en un conflicto de miedo e ira, de adulación y obstinación". Despreciaron el tiempo de su visita. El Señor a menudo prueba a las personas que Él quiere hacer suyas, enviándoles alguna forma de infortunio para que se vuelvan del servicio de las cosas terrenales a Él.

Pero ellos no saben lo que es de su paz, están ocultos a sus ojos. Sienten resentimiento contra el Señor, se niegan a aceptar su misericordia y eligen para sí mismos el camino que conduce a la destrucción.

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