Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos han deseado ver las cosas que vosotros veis, y no las han visto; y de oír las cosas que oís, y no las habéis oído.

La felicidad plena y verdadera es la de tener ojos y oídos abiertos por la benigna misericordia de Jesús. No sólo fueron bendecidos los miembros exteriores del cuerpo de los discípulos por ser testigos del cumplimiento del Antiguo Testamento, de verlo y estar en constante e íntima comunión con Aquel a quien apuntaba todo el antiguo pacto, a quien los profetas y los los justos desde Eva y Jacob hasta Malaquías y Simeón habían anhelado contemplar, pero los ojos de su entendimiento fueron iluminados por Su poder. Conocían a Jesús como su Salvador, y eran felices en este conocimiento.

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