Jeremias 26:1-24

1 En el principio del reinado de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, vino esta palabra del SE — OR, diciendo:

2 “Así ha dicho el SE — OR: ‘Ponte de pie en el atrio de la casa del SEÑOR y habla todas las palabras que te he mandado que hables, a todos los de las ciudades de Judá que vienen para adorar en la casa del SEÑOR. No omitas ni una sola palabra;

3 quizás oigan y se vuelvan, cada uno de su mal camino, y yo desista del mal que he pensado hacerles por causa de la maldad de sus obras’.

4 Les dirás que así ha dicho el SEÑOR: ‘Si no me escuchan para andar en mi ley, la cual he puesto delante de ustedes,

5 ni escuchan las palabras de mis siervos los profetas que persistentemente les he enviado (a los cuales no han escuchado),

6 entonces haré a este templo como hice al de Silo y expondré esta ciudad como una maldición ante todas las naciones de la tierra’ ”.

7 Los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo oyeron a Jeremías hablar estas palabras en la casa del SEÑOR.

8 Pero sucedió que cuando Jeremías terminó de decir todo lo que el SEÑOR le había mandado que hablara a todo el pueblo, lo apresaron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, diciendo: “Irremisiblemente morirás.

9 ¿Por qué has profetizado en nombre del SEÑOR, diciendo: ‘Este templo será como Silo, y esta ciudad será destruida hasta no quedar habitante en ella’?”. Y todo el pueblo se congregó contra Jeremías en la casa del SEÑOR.

10 Cuando los magistrados de Judá oyeron estas cosas, subieron de la casa del rey a la casa del SEÑOR y se sentaron a la entrada de la puerta Nueva de la casa del SEÑOR.

11 Entonces los sacerdotes y los profetas hablaron a los magistrados y a todo el pueblo, diciendo: — ¡Este hombre merece la pena de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como ustedes lo han oído con sus propios oídos!

12 Entonces Jeremías habló a todos los magistrados y a todo el pueblo, diciendo: — El SEÑOR me ha enviado para profetizar contra este templo y contra esta ciudad todas las palabras que han oído.

13 Ahora pues, corrijan sus caminos y sus obras, y escuchen la voz del SEÑOR su Dios, y el SEÑOR desistirá del mal que ha hablado contra ustedes.

14 Y en lo que a mí respecta, he aquí estoy en las manos de ustedes: Hagan de mí como mejor y más recto les parezca.

15 Pero sepan con certeza que si me matan, echarán sangre inocente sobre ustedes, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque en verdad el SEÑOR me ha enviado para decir todas estas palabras en sus oídos.

16 Entonces los magistrados y todo el pueblo dijeron a los sacerdotes y a los profetas: — Este hombre no merece la pena de muerte, porque ha hablado en nombre del SEÑOR, nuestro Dios.

17 Luego se levantaron algunos hombres de los ancianos del país y hablaron a toda la asamblea del pueblo, diciendo:

18 — Miqueas de Moréset profetizaba en tiempos de Ezequías, rey de Judá. Él habló a todo el pueblo de Judá, diciendo: “Así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos: ‘Sion será arada como campo. Jerusalén será convertida en un montón de ruinas; y el monte del templo, en cumbres boscosas’”.

19 ¿Acaso Ezequías, rey de Judá, y todo Judá lo mataron? ¿Acaso no temió al SEÑOR e imploró el favor del SEÑOR, y el SEÑOR desistió del mal que había hablado contra ellos? Nosotros estamos haciendo un mal grande contra nosotros mismos.

20 Hubo también un hombre que profetizaba en nombre del SEÑOR: Urías hijo de Semaías, de Quiriat-jearim, el cual profetizó contra esta ciudad y contra esta tierra, conforme a todas las palabras de Jeremías.

21 El rey Joacim, todos sus valientes y todos sus magistrados oyeron sus palabras, y el rey procuró matarlo. Pero Urías se enteró, tuvo miedo y huyó, y se fue a Egipto.

22 El rey Joacim envió a Egipto unos hombres: a Elnatán hijo de Acbor y a otros hombres con él.

23 Ellos sacaron a Urías de Egipto y lo llevaron al rey Joacim, quien lo mató a espada y echó su cadáver en los sepulcros de la gente del pueblo.

24 Pero la mano de Ajicam hijo de Safán estaba con Jeremías, para que no lo entregaran en mano del pueblo para matarlo.

JEREMIAS ES DECLARADO DIGNO DE MUERTE, PERO DEBIDO A LA INTERPOSICION DE AHICAM, SE SALVA. SE ADUCEN EN FAVOR DEL PROFETA LOS CASOS SIMILARES DE MIQUEAS Y URIAS. Las profecías reputadas ofensivas fueron las consignadas detalladamente en los caps. 7, 8 y 9 (véase el v. 6 de este cap. con los vv. 12 y 14 del cap. 7); y citadas aquí sumariamente [Maurer], proferidas probablemente en una de las grandes fiestas (la de los tabernáculos, según Usher; pues a los habitantes de “todas las ciudades de Judá” los representa como presentes, v. 2). Véase Nota, cap. 7:1.

2. en el atrio—el mayor, desde el cual podía ser oído por todo el pueblo. que vienen para adorar—el culto sin la obediencia es vano (1 Samuel 15:21). todas las palabras—(Ezequiel 3:10). no retengas palabra—(Deuteronomio 4:2; Deuteronomio 12:32; Proverbios 30:6; Hechos 20:27; 2 Corintios 2:17; 2 Corintios 4:2; Apocalipsis 22:19). No tenía que suprimir ni suavizar nada por miedo de ofender; ni exponer fría e indirectamente aquello que, expuesto únicamente con energía, puede producir buenos resultados.

3. Quizá oirán—habla a lo humano, y no como si Dios no conociera de antemano todas las contigencias, sino para señalar la terquedad del pueblo y lo difícil de curarlo, así como para mostrar su bondad, haciéndoles un ofrecimiento que los dejase sin excusa [Calvino].

5. los profetas—los intérpretes inspirados de la ley (v. 4), quienes la adaptaron al uso del pueblo.

6. como Silo—(Nota, cap. 7:12, 14; 1 Samuel 4:10; Salmo 78:60). maldición—(cap. 24:9; Isaías 65:15).

8. los sacerdotes—El capitán o prefecto del templo tenía autoridad para prender a los que delinquían en él, el cual contaba con la ratificacíon de los sacerdotes. profetas—los falsos profetas La acusación contra Jeremías era que había dicho cosas falsas en nombre de Jehová, acto que se castigaba con la pena de muerte (Deuteronomio 18:20). Su profecía contra el templo y la ciudad (v. 11) podía exponérsela espaciosamente como una contradicción de las mismas palabras de Dios (Salmo 132:14). cf. Hechos 6:13.

10. príncipes—miembros del Consejo de Estado, o Gran Consejo, el cual conocía de tales delitos. oyeron—el clamor del tumulto popular. subieron—de la casa del rey al templo, el cual estaba en sitio más elevado que el palacio real. y sentáronse—como jueces, en la puerta el lugar ordinario para tratar estos asuntos de la puerta nueva—construída originalmente por Jotam (2 Reyes 15:35, “la puerta más alta”), la que había sido recientemente restaurada.

12. Jehová me envió—justificación válida contra cualesquiera leyes que se alegasen en contra suya. contracontra—más bien, tocante a. Jeremías evita intencionalmente decir “contra”, lo cual los irritaría sin necesidad. La misma palabra hebrea (v. 11) que debiera traducirse tocante, la habían usado ellos, bien que dándole un sentido desfavorable, Jeremías emplea esa misma palabra en mejor sentido que ellos, lo que da a entender que aún había lugar para el arrepentimiento: de suerte que sus profecías tendían al bien real de la ciudad; en cuanto atañe o conviene a esta casa … ciudad [Grocio].

13. (vv. 3, 19).

14. Aquí se pone de manifiesto la humildad de Jeremías y la sumisión a las potestades existentes (Romanos 13:1).

15. sobre vosotros—En lugar de escapar de los males predichos, si derramáis mi sangre, más bien incurriréis en más graves penalidades, a causa de semejante acto (Mateo 23:35).

16. los príncipes y todo el pueblo—ese voluble pueblo, influído poco antes por los sacerdotes, pedía que lo matasen (v. 8); ahora, bajo la influencia de los príncipes, exige que no se le condene a murete. Véase con respecto a Jesús, antitipo de Jeremías, los hosannas de la multitud proferidos unos días antes, ese mismo pueblo, persuadido por los sacerdotes, como en este caso, gritó: “Fuera con él, crucifícale” (Mateo 21, y 27:20-25). Los sacerdotes, envidiosos de su santo celo, eran más enemigos suyos que los príncipes, cuyas funciones eran más seculares que religiosas. A un profeta no se le podía condenar legalmente a muerte, a menos que profetizase en nombre de otros dioses (por consiguiente, decían: “en el nombre del Señor”), o después que su profecía dejase de cumplirse. Entre tanto, si predecía alguna calamidad, podría prendérsele. Véase con el caso de Miqueas (1 Reyes 22:1).

17. Véase la interposición de Gamaliel (Hechos 5:34, etc.). ancianos—algunos de los príncipes mencionados en el v. 16, cuya edad y dignidad darían peso a los precedentes de los pasados tiempos aducidos por ellos.

18. (Miqueas 3:12). Morasti—llamado así a causa de ser natural de la aldea de ese nombre en la tribu de Judá. Ezechías—Tal precedente durante el reinado de un rey bueno, probaba que Jeremías no era el único profeta, ni el primero que había amenazado a la ciudad y al templo sin incurrir en pena de muerte. el monte del templo—el Moria, sobre el cual se levantaba el templo (llamado por antonomasia “la casa”) se cubrirá de maleza en lugar de edificios. Al citar anteriores profecías, Jeremías nunca lo hace sin alteraciones, sino que adapta el lenguaje a su propio estilo, demostrando así su autoridad en el manejo de las Escrituras, por estar él mismo inspirado.

19. Ezequías, lejos de matar a Miqueas, se sintió inducido a “temer a Dios”, y a orar por la remisión de la sentencia contra Judá (2 Crónicas 32:26). Jehová se arrepintió—(Éxodo 32:14; 2 Samuel 24:16). ¿Haremos … tan grande mal …—mantando a Jeremías?

20. Como la huída y captura de Urías debió llevar algún tiempo, “el comienzo del reinado de Joacim” (v. 1) no puede significar el verdadero principio, sino el segundo o tercer año de sus once años de reinado. Hubo también—quizás tenga relación con el v. 24, como comentario del profeta, y no que sea la continuación del discurso de los ancianos: “Y aunque hubo un hombre que profetizaba … Urías, etc. (lo que prueba cuán grande era el peligro que Jeremías corría, y cuán maravillosa se mostró la providencia de Dios en preservarlo), no obstante la mano de Ahicam”, etc. [Glassio]. El contexto, sin embargo, indica más bien que las palabras son la continuación del discurso precedente de los ancianos. Estos aducen otro ejemplo además del de Miqueas, bien que de diferente carácter, a saber, el de Urías, quien tuvo que sufrir a causa de sus profecías; pero ellos dan a comprender, aunque no se aventuran a expresarlo, que con eso habían añadido pecado a pecado; y que tal acción ningún bien le había reportado a Joacim, pues la notoria condición del Estado en ese tiempo, demuestra que una terrible venganza los amenaza si persisten en tales actos de violencia. [Calvino]. Joacim … envió … a Egipto—Este había sido entronizado por Faraón de Egipto (2 Reyes 23:34), lo que explica la presteza con que logró que los egipcios le entregasen a Urías, no bien este profeta hubo entrado en Egipto, buscando en él un asilo. Urías presentó fielmente su mensaje, pero incurrió en falta, al hacer abandono de su obra; de ahí que Dios permitió que perdiese su vida, en tanto que Jeremías fué librado del peligro. La senda del deber es a menudo senda de seguridad.

23. sepulcros del vulgo—liter., hijos del pueblo (véase 2 Reyes 23:6). Parece que había un cementerio aparte para los profetas (Mateo 23:29). Pero al cadáver de Urías le fué negado ese honor, a fin de que no fuese tenido por verdadero profeta.

24. Ahicam—hijo de Safán el escriba o secretario real. Ese era uno de aquellos a quienes el rey Josías, espantado por las palabras del libro de la ley, los envió a preguntar a Jehová (2 Reyes 22:12, 2 Reyes 22:14). De ahí que su intervención aquí en favor de Jeremías es lo que podríamos esperar, dada su pasada asociación con aquel buen rey. Su hijo, Gedalías, siguió en las huellas de su padre, de tal suerte que fué elegido por los babilonios para que se encargase de la seguridad de Jeremías después de la toma de Jerusalén; y viendo que podían confiar en su lealtad, lo pusieron a la cabeza del resto del pueblo que fué dejado en Judea (cap. 39:14; 2 Reyes 25:22). manos del pueblo para matrio—A menudo, cuando los príncipes quieren eliminar a un hombre bueno, prefieren valerse de un tumulto popular, más bien que hacerlo por orden suya, a fin de cosechar los resultados del crimen sin el riesgo de la malquerencia del pueblo (Mateo 27:20).

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