Perseguir. Dios no refrenó la perversa voluntad de los egipcios; pero permitió que se dejaran guiar por sus ciegas pasiones y se precipitaran presuntuosamente al lecho del mar. Si la retirada de sus aguas hubiera sido por alguna causa natural, esta sabia nación no podía ignorar que, en el momento señalado, cesaría el reflujo, y en consecuencia que serían alcanzados por las aguas. Pero las aguas se erguían como muros a ambos lados, y estaban tan enamorados que suponían que el milagro continuaría para su protección. (Haydock)

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