Nuestro divino Redentor frecuentó la sinagoga judía, para demostrar que no era ningún seductor. Si hubiera habitado tierras salvajes y desiertos, se le habría objetado que se ocultaba, como un impostor, a la vista de los hombres. (San Juan Crisóstomo, en cat. Græc. Pat. Hom. En Matt.)

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