Y sucedió que, apenas hubo terminado de ofrecer el holocausto, cuando se terminaron los preparativos para los sacrificios habituales, Jehú dijo a la guardia ya los capitanes: Entrad y mátalos; que nadie salga. Los miembros de la guardia real aquí se ocuparon de los deberes que les había encomendado el rey de ser verdugos. Y los hirieron a filo de espada, con castigo implacable; y la guardia y los capitanes los echaron, arrojando los cadáveres a un lado mientras avanzaban, y fueron a la ciudad de la casa de Baal, entraron en el templo propiamente dicho, el santuario de Baal.

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