y por la majestad que le dio, la autoridad imperial y la supremacía de que disfrutó, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaron y temieron ante él, estaban en un estado constante de temor y trepidación por temor a incurrir en su disgusto; a quien quería mataba ya quien quería mantener con vida, siendo el amo absoluto de la vida y la muerte; ya quién quería, ya quién quería, ya quién quería, porque tanto el avance como la degradación de los súbditos de su reino eran asuntos de su capricho.

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