Bendice, Señor, su sustancia, su fuerza o poder, y acepta la obra de sus manos, mirándola con placer. Hiere en los lomos de los que se levantan contra él, paralizándolos así, dejándolos completamente indefensos, y de los que lo odian, para que no se vuelvan a levantar. Tan grande como las bendiciones de Jehová fueron sobre Leví, tan grande fue Su maldición sobre aquellos que presumían cuestionar su sacerdocio.

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