Por la tarde fue, y al día siguiente regresó a la segunda casa de las mujeres, el harén de las concubinas, bajo la custodia de Shaashgaz, el chambelán del rey, el eunuco a cargo de estos apartamentos, que guardaba a las concubinas; ella no vino más al rey a menos que el rey se complaciera en ella y que fuera llamada por su nombre. En toda la narración, la vanidad y la nada de los bienes de este mundo, también de mera belleza física, se resalta con gran asombro. Una cara de guarida por sí sola no traerá felicidad duradera.

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