Y envió Faraón, y llamó a Moisés ya Aarón, y les dijo: He pecado esta vez; el Señor es justo, y yo y mi pueblo somos impíos. Esa no era la voz del verdadero arrepentimiento, sino simplemente de un miedo servil, de un terror abyecto, una confesión destinada únicamente a asegurar la liberación de la destrucción de la plaga.

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