Y entregó el guisado y el pan que había preparado en mano de su hijo Jacob. Así Rebeca había tomado el asunto de la bendición patriarcal en sus propias manos. Ella tenía en mente, por supuesto, la promesa que había recibido, pero su temeridad la llevó a identificar su plan con el plan de Dios. Ella sintió que debía acudir en ayuda de la dispensación divina, pero su manera de actuar no tenía ni el mandato de Dios ni su promesa. Fue la misericordia del Señor lo que después transformó sus maquinaciones humanas en lo mejor.

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