Porque, ¿cómo voy a subir a mi padre sin que el muchacho esté conmigo? No sea que por ventura vea el mal que vendrá (encontrará o golpeará) a mi padre. Esta oración elevada e impresionante, vívida y apasionada, que culmina en el último llamamiento conmovedor con su oferta abnegada, es uno de los pasajes más sublimes de todo el Antiguo Testamento, recordándonos, por cierto, el sacrificio infinitamente mayor que el Campeón de la tribu de Judá, que fue fiador por sus hermanos según la carne, hecho dando su vida por los de ellos.

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