¡Ay de mí por mi dolor! por eso el profeta clama en nombre de Judá, lamentando su calamidad. ¡Mi herida es dolorosa, incurable! Pero yo dije. Verdaderamente, esto es un dolor, la desolación de la tierra y el cautiverio del pueblo son el sufrimiento que Judá ahora tuvo que soportar, y yo debo soportarlo. Se trata de ceder a lo inevitable, no de una franca declaración de culpabilidad.

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