¿No me teméis a mí? dice el Señor; ¿No temblaréis ante Mi presencia, de pie con temor y reverencia ante Él, que han colocado la arena para el límite del mar, definiendo la línea de costa, por un decreto perpetuo de que no puede pasar por ella, siendo retenido por el barreras erigidas por el Creador; y aunque sus olas se agiten con furor y furor, no podrán prevalecer; aunque rugen, ¿no pueden pasar por encima de ella? El inmenso cuerpo del océano con sus turbulentas olas, la fuerza más salvaje e irresistible de la naturaleza, aún está controlado por el poder del único Dios verdadero; ¿Quién, pues, no le temerá?

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