Y lo mató; y Moisés tomó la sangre, y la puso sobre los cuernos del altar alrededor con su dedo, y purificó el altar, y derramó la sangre al pie del altar, y lo santificó para reconciliarlo. El altar del holocausto, aunque consagrado al Señor, todavía necesitaba la sangre purificadora, para santificarlo para el servicio de los sacerdotes, para cubrir los pecados con que ellos, como hombres pecadores, lo profanarían mientras realizaban el trabajo de su ministerio.

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