v. 32. El que rechaza la instrucción, tratando de apartarse de la corrección, sin prestarle atención, desprecia su propia alma, valorándola pero a la ligera, sin saber ni preocuparse de que el verdadero disfrute de la vida depende de su aceptación de la reprensión; pero el que oye la reprensión adquiere entendimiento y , por lo tanto, muestra que considera su alma como es debido.

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