Así como las montañas rodean a Jerusalén, toda la cadena de montañas sobre varias de cuyas cumbres estaba ubicada la capital, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y para siempre, un muro de defensa contra todos los enemigos. La figura del salmista enfatiza el carácter inexpugnable de la protección de la Iglesia tanto contra el ataque como contra la tentación.

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