Al regresar a Jerusalén, Jehú, el hijo de Hanani, reprendió a Josafat con palabras que sería bueno para todos nosotros recordar perpetuamente: "¿Debes ayudar al impío y amar a los que aborrecen al Señor?"

Evidentemente, Josafat se dio cuenta de su error y mostró su arrepentimiento en una nueva misión: traer a su pueblo de regreso a Jehová y establecer la administración interna del reino con justicia.

Sus palabras dirigidas a los jueces están llenas de valor y de aplicación perpetua. Aquellos que son llamados en cualquier momento y de cualquier forma a administrar justicia están actuando para Dios y no para el hombre. No buscan servir a los hombres, sino mantener la estricta causa de la justicia, que sólo debe medirse 'según las normas divinas'. Con Dios no hay iniquidad, no hay respeto de personas, no se aceptan sobornos. Así debe ser con quienes actúan como jueces. Así, y sólo así, se sirven los verdaderos intereses de los hombres. Tratar de agradar a los hombres es ser injusto con los hombres. Procurar agradar a Dios es ser justo con los hombres.

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