Estos capítulos contienen la historia de un extraño lapso en la historia de Josafat, y también de su arrepentimiento y restauración. Acab era rey en Israel, quizás el más malvado que jamás se haya sentado en el trono. Con él hizo afinidad Josafat. La historia de esta extraña y falsa unión es muy interesante. El rey de Judá intentó insistir, en medio de la corrupción de la corte de Acab, sobre la necesidad de consultar a Jehová sobre la campaña propuesta a Ramot de Galaad.

Era una compañía extraña para un hombre de Dios, y apenas pudo escapar con vida, y no habría escapado si no hubiera sido por la intervención de Jehová. Un hombre sin nombre "sacó su arco en una aventura", como dice el margen, "en su sencillez". Ni siquiera fue una aventura en el sentido de un intento, o una apuesta contra todo pronóstico, con la esperanza de matar al rey de Israel. Lo hizo "en su sencillez", es decir, sin ingenio, sin otra intención que la de "continuar" en el sentido corriente de la palabra.

Probablemente este hombre ya había disparado muchas flechas, y siguió adelante con su sencillez, sin saber que esta flecha en particular iba a ser guiada a través de toda la confusión directamente a su objetivo por el conocimiento infalible y el poder de Dios. Sin embargo, así fue.

Así se ve cómo el refugio de la mentira nunca se oculta a los ojos de Dios. Los hombres pueden ocultarse a sí mismos para que otros hombres nunca los encuentren; pero cuando ha llegado la hora del juicio de ellos, Dios se apodera de algún evento ordinario y lo convierte en el camino por el cual viene para llevar a cabo Su propósito. "Simplemente sucedió", dice el hombre del mundo. "Dios lo hizo", dice el hombre de fe.

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