La influencia de Eliseo se ve incidentalmente en la conversación del rey con Giezi y la restauración de las tierras de la mujer sunamita por causa del profeta.

Eliseo visitó Damasco, donde ocurrió un incidente de notable interés. Ben-adad había enviado a Hazael para preguntarle si se recuperaría de su enfermedad. La respuesta de Eliseo fue extremadamente extraña. Declaró que el rey se recuperaría, pero que moriría; es decir, afirmó que su muerte no vendría por su enfermedad, sino que era inminente de otra manera. El profeta miró larga y fijamente a los ojos de Hazael.

Parecería que vio en el alma del hombre mucho más de lo que cualquier otro había visto, tal vez más de lo que el hombre mismo era consciente. Miró hasta que Hazael se avergonzó, y luego el profeta rompió a llorar. Estaba consciente de que estaba en presencia de un hombre que sería el instrumento de un terrible castigo para Israel en los días venideros, y le contó toda la historia. Esta percepción del alma humana nos recuerda nuevamente al Mesías que vino tanto tiempo después. Con toda probabilidad, la protesta de Hazael fue sincera, pero se cumplió cada palabra.

En la última parte del capítulo tenemos la historia de la corrupción de Judá. Joram anduvo en los caminos de la casa de Acab, con cuya hija Atalía se casó. Ocozías era el hijo de la unión.

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