Continuando con las responsabilidades del pueblo al entrar en la tierra, Moisés insistió en la absoluta necesidad de mantener la actitud de separación hacia Dios. En este asunto se dieron instrucciones estrictas. No deben comprometerse con la gente de la tierra. No deben muchos con ellos porque tal alianza resultaría en la corrupción del pueblo elegido y su extravío en pos de otros dioses.

Además, debían barrer todos los signos de la religión falsa, altares y columnas, Asera e imágenes esculpidas. Moisés les recordó que su Dios era fiel tanto en misericordia como en disciplina, y los instó, por tanto, a ser fieles.

Otro peligro más los amenazaba. Este peligro necesariamente surgiría de las dificultades del trabajo que tenían por delante. Era inevitable que tomaran conciencia del número y la fuerza de sus enemigos. Si una vez permitieran que sus mentes se detuvieran en estas cosas, repetirían la locura de sus padres, que vieron ciudades valladas y gigantes en lugar de Dios. Moisés les instó, por tanto, a recordar las liberaciones ya realizadas.

La palabra central de este cargo es: "porque Jehová tu Dios está en medio de ti, un Dios grande y terrible". Estar perpetuamente consciente de esto sería liberarse de la sensación de miedo en presencia de toda la oposición.

Moisés terminó con la solemne advertencia de que en la quema de las imágenes también deben destruirse las ropas y las cortinas. Todo lo que Dios dedica a la destrucción debe ser destruido por el pueblo a quien Él conduce a la victoria y la posesión.

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