Continuando con este discurso, Moisés declaró que la tierra, cuando se purificara del pueblo corrupto, sería poseída por el pueblo de Dios como Su nación elegida. Mostró que la primera condición de la posesión era que debían recordar el pasado con todo lo que les había enseñado. Nunca deben olvidar que Dios los había guiado y que el camino de Su dirección tenía un propósito.

Todas las experiencias del desierto fueron para que pudieran aprender dos lecciones: primero, para que pudieran conocer su propio corazón. Es importante que reconozcamos que el significado de este pasaje no es que Dios pueda conocerlos, sino que ellos puedan llegar a conocerse a sí mismos. Dios conoce al hombre perfectamente. Lo importante es que el hombre llegue a conocerse a sí mismo.

De la humillación que tal conocimiento debe traer al hombre, se aprenderá una segunda lección, a saber, el hecho de su necesidad de Dios y de la guía y gobierno de Dios.

Por lo tanto, todo el castigo y la disciplina de Dios resultó de Su amor. Dios siempre trató al hombre como un hombre trata a su hijo.

El segundo principio de posesión en el que se insistía era que el pueblo debía vivir según la Palabra de Dios, es decir, que debía actuar de acuerdo con las lecciones que había aprendido y guardar los mandamientos de Aquel de quien habían recibido la tierra como regalo.

Moisés advirtió solemnemente al pueblo contra el peligro de imaginar que su posesión de la tierra era el resultado de un esfuerzo personal o pensar que había entrado en ella por sus propias fuerzas.

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