La siguiente visión del profeta fue el regreso de Jehová al templo. De nuevo tuvo una visión y escuchó una voz. Las visiones que había tenido junto al río Quebar aparecieron de nuevo. La misma gloria que había contemplado cuando vino a destruir la ciudad, es decir, a pronunciar sus predicciones acerca de su destrucción, apareció en esta gran hora de restauración, cuando Jehová, exiliado por tanto tiempo de Su Templo, regresó a ella.

La voz de Jehová era como el sonido de muchas aguas, pero al hablarle a Ezequiel se convirtió en la voz de un hombre, y declaró que Jehová había establecido Su morada en la casa, que Él habitaría en medio de Israel para siempre, y para que no contaminara más su santo nombre.

En la secuencia de la profecía aparece un paréntesis en el que se encargó a Ezequiel que mostrara a la casa de Israel esta gloria futura, para que pudieran avergonzarse de sus iniquidades. A los que estaban avergonzados, se le encargó, además, dar a conocer en detalle la forma y moda de la casa, y declarar su ley.

Volviendo a la secuencia del mensaje concerniente al regreso de Jehová, el profeta describió el altar del holocausto, dando sus medidas y una descripción de las ceremonias de su consagración y de su uso.

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