La siguiente sección describió el servicio del nuevo templo. Comenzó con el mandato de que la puerta oriental, por la que entró Jehová, se mantuviera cerrada y que no se permitiera que ningún hombre pasara por ella. La única excepción a esta regla era que el príncipe debía comer su pan en la puerta de la entrada de Jehová.

De nuevo el profeta contempló la gloria del Señor y se le encargó solemnemente que prestara especial atención a las ordenanzas de la casa del Señor y sus leyes, que estaban a punto de serle dadas. Estas ordenanzas disponían, en primer lugar, que bajo ninguna circunstancia los extranjeros o los incircuncisos de corazón o de carne servirían en el santuario de Jehová. Este había sido el pecado del pasado y no debía repetirse.

Los levitas que se habían descarriado en los días antiguos, y que habían sido castigados por su iniquidad, mientras estaban excluidos del oficio de sacerdote, serían, sin embargo, restaurados al cargo de la casa y todos sus servicios. Los hijos de Sadoc que habían permanecido fieles al cargo del santuario en los días de la infidelidad y apostasía de Israel fueron designados para ser sacerdotes ante Jehová en el nuevo Templo.

Se les instruyó acerca de las vestimentas que debían usar en el ejercicio de su oficio, sus deberes de enseñar a la gente a distinguir entre lo santo y lo común, su purificación después de la contaminación necesaria por contacto con los muertos y, finalmente, que debían tener ninguna herencia entre el pueblo, encontrando todo lo que necesitaban en Jehová y Su servicio.

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