La última de estas profecías del asedio consiste en contar la historia de los recabitas y aplicarla a las condiciones existentes. Jeremías contó que en los días de Joacim se le había encargado que llevara a los recabitas a la casa de Jehová y los probara en cuanto a beber vino. Esto lo había hecho, pero ellos, en lealtad al mandato de su padre, se negaron. Declararon que habían sido fieles a las instrucciones de Jonadab, el hijo de Recab, que no tomaron vino, no sembraron semillas y vivieron en tiendas hasta que los ejércitos de Nabucodonosor llegaron a la tierra. A causa de su presencia, habían entrado en Jerusalén, pero todavía se negaban a beber vino.

Jeremías luego puso la lealtad de estos hombres a los mandamientos de Jonadab en contraste con la deslealtad de su pueblo a Jehová. Les había hablado la palabra de Jehová con perpetua seriedad, pero ellos se habían negado a escuchar u obedecer. Por tanto, Jehová había determinado juicio contra ellos por su desobediencia y rebelión persistente.

La profecía termina con una promesa que hizo Jeremías a los recabitas en nombre de Jehová de que, debido a que habían sido fieles al mandamiento de Jonadab, habrían continuado siendo representados ante Jehová.

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