Se recordará que a los levitas no se les permitió poseer ninguna herencia en la tierra. Jehová era la porción de su herencia. Ahora se hicieron provisiones para ellos. Cuarenta y ocho ciudades esparcidas por toda la tierra serían los lugares de su morada. Este esparcimiento de los siervos del tabernáculo a lo largo y ancho de la tierra fue un arreglo benéfico. No se dice nada sobre el servicio religioso que deben prestar en sus propias ciudades. Preferían subir en cursos hasta el centro de culto. Según el propósito divino, su residencia influiría por derecho en toda la vida de la nación.

Entre estas cuarenta y ocho ciudades de los levitas, seis debían ser apartadas como ciudades de refugio. Esta fue una provisión tierna y justa entre un pueblo naturalmente feroz y vengativo. La ley de Dios había santificado la vida, y el castigo de quitarla había sido declarado solemnemente con las palabras: "Cualquiera que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada". Sin embargo, puede haber circunstancias atenuantes.

Para el asesinato premeditado no habría refugio ni perdón definitivos. Para matar apresuradamente, es decir, matar sin premeditación, se tomaron medidas. Estas ciudades no estaban previstas para que los hombres pudieran eludir la justicia, sino más bien para garantizar la justicia. El hecho de que un asesino de hombres llegara a una de estas ciudades no le impidió ser investigado. Más bien hizo necesaria esa investigación y, por lo tanto, le dio la oportunidad de explicarse y le aseguró la certeza de una acción justa.

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