Salmo 101:1-8

1 Salmo de David. De la misericordia y el derecho cantaré; a ti cantaré salmos, oh SEÑOR.

2 Daré atención al camino de la integridad. ¿Cuándo vendrás a mí? En integridad de corazón andaré en medio de mi casa.

3 No pondré delante de mis ojos cosa indigna; aborrezco la obra de los que se desvían. Ella no se me pegará.

4 El corazón perverso será apartado de mí; no reconoceré al malo.

5 Al que solapadamente difama a su prójimo, a ese yo lo silenciaré; no soportaré al de ojos altaneros y de corazón arrogante.

6 Mis ojos pondré en los fieles de la tierra para que habiten conmigo. El que anda en camino de integridad, ese me servirá.

7 No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentira no se afirmará delante de mis ojos.

8 Por las mañanas cortaré de la tierra a todos los impíos para extirpar de la ciudad del SEÑOR a todos los que obran iniquidad.

El editor del salterio exhibe un fino sentido de la idoneidad de las cosas al colocar este salmo aquí. Inmediatamente después de los cánticos del entronizado Jehová, en los que se ha repetido perpetuamente el reconocimiento de la santidad de Su reinado, describe la verdadera actitud del gobernante terrenal que reconoce la soberanía de Dios, y cómo eso debería afectar a los suyos. vida y gobierno. Es un claro testimonio, además, de que la vida privada y la pública están estrechamente aliadas.

Tiene dos movimientos. La nota clave del primero es "dentro de mi casa" (v. Sal 101: 2). La del segundo es "la ciudad de Dios". Entre estos existe la relación más cercana. Nadie puede hacer de la ciudad en la que habita algo como la ciudad de Dios si no sabe comportarse en su propia casa. Este es también el verdadero orden. Lo primero que debe hacer todo hombre público que sirva a su ciudad para Dios, es asegurarse de que su vida privada se ordene correctamente ante Él.

La vida privada que responde al entronizado Jehová se describe primero (vv. Sal. 101: 1-4). Es una vida cautelosa y vigilante, que se niega a tolerar cualquier cosa que sea contraria a la santidad de Jehová. La vida pública es aquella que respeta la misma santidad en todos los asuntos administrativos. Los malhechores deben ser destruidos y los consejeros del gobernante deben buscarse entre los fieles de la tierra.

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