Salmo 137:1-9

1 Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sion.

2 Sobre los sauces en medio de ella colgábamos nuestras liras.

3 Los que allá nos habían llevado cautivos nos pedían cantares; los que nos habían hecho llorar nos pedían alegría, diciendo: “Cántennos algunos de los cánticos de Sion”.

4 ¿Cómo cantaremos las canciones del SEÑOR en tierra de extraños?

5 Si me olvido de ti, oh Jerusalén, que mi mano derecha olvide su destreza.

6 Mi lengua se pegue a mi paladar si no me acuerdo de ti, si no ensalzo a Jerusalén como principal motivo de mi alegría.

7 Acuérdate, oh SEÑOR, de los hijos de Edom que en el día de Jerusalén decían: “¡Arrásenla! ¡Arrásenla hasta los cimientos!”.

8 Oh hija de Babilonia, la despojadora: ¡Bienaventurado el que te dé la paga por lo que tú nos hiciste!

9 ¡Bienaventurado el que tome a tus pequeños y los estrelle contra la roca!

Esta es una canción de memoria. En medio de las circunstancias de la restauración, el cantante recuerda los días de cautiverio y dolor. La imagen es gráfica. Babilonia estaba lejos de su propia tierra, y muy alejada en todos los sentidos de la ciudad de Dios y del templo de Jehová. Todo su esplendor material fue notado para las almas cautivas que aún eran fieles a Jehová. Allí se sentaron, con arpas colgadas, en silencio, sobre los sauces, y lloraron.

Sus burlones captores les pidieron que cantaran. Querían divertirse con estas personas de una religión extraña, y la petición era en sí misma un insulto a su fe. Era imposible y se negaron a cantar la canción de Jehová. Haberlo hecho habría sido jugar al traidor de su propia ciudad perdida y de todo lo que representaba su ciudadanía. La oración de venganza debe ser interpretada por la primera parte del canto, con su revelación del trato recibido.

Por supuesto, también debe ser interpretado por la época en que vivieron. Nuestros tiempos son diferentes. Tenemos más luz. Y, sin embargo, es bueno recordar que el sentido más profundo de la justicia todavía hace que el castigo sea algo necesario en la economía de Dios. Esa concepción de Dios que niega la equidad de la retribución es débil y falsa.

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