“Y no habrá nadie en la tienda de reunión cuando entre para hacer expiación en el lugar santo, hasta que salga y haya hecho expiación por sí mismo, por su casa y por toda la asamblea de Israel”.

Y mientras todo esto sucedía, no debía haber nadie más en la tienda de reunión. Durante todo el proceso, el Sumo Sacerdote debía actuar solo. Purificado, expiado, vestido con santas vestiduras blancas, solo él estaba en condiciones de entrar al tabernáculo en este momento crucial. Hablando humanamente, la tarea fue suya de principio a fin. Ningún otro pudo participar. Nadie podía entrar en el santuario hasta que se hubiera hecho expiación por el sacerdote mismo, por los otros sacerdotes, por toda su casa y por toda la asamblea de Israel.

Este es un recordatorio para nosotros de que la gran obra de expiación de Cristo también fue realizada por Él y solo por Él. Ningún otro era digno de participar, ni podía hacerlo. El trabajo era suyo y solo suyo. Ningún sacerdote, ni ningún otro, podía participar en ella. El trabajo fue total y completo.

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