Ezequiel 16. Jerusalén la desagradecida, la infiel. Una vez más, Ezequiel vuelve a la acusación que justifica la condenación. Esta vez toma la forma de una exposición despiadada, en forma alegórica, de sus pecados, que, desde el principio hasta el final de su historia, constituyen un registro ininterrumpido de apostasía negra. Jerusalén (o Israel) se compara con una niña, abandonada inmediatamente después del nacimiento, pero salvada, criada y casada por Yahvé, cuyo cuidado y amor recompensó con infidelidades groseras e innumerables.

La idea está elaborada con un detalle a menudo ofensivo para el gusto moderno, pero todo el pasaje palpita con indignación moral y pasión religiosa, y no pocas veces se ve interrumpido por la más amarga ironía.

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