Éxodo 3:3

I. La historia de Moisés es, al principio, la historia del fracaso. Dos grandes corrientes de influencias moldearon su vida, una extraída del entorno egipcio de sus primeros días, la otra borracha con la leche de su madre y la enseñanza de su madre. Por un lado, tenía a las deidades de Egipto con los ojos sin palabras mirándolo siempre a la cara, por el otro, tenía la fe en la providencia gobernante de Dios. Esperaba encontrar entre su propia gente aspiraciones de cosas mejores y receptividad a su propio espíritu, pero se encontró con frialdad, frialdad y negativa a seguirlo. Luego vino su exilio en Madián, un exilio de todos sus primeros sueños y esperanzas, de la posición que tenía en Egipto, del futuro que fluía ante él.

II. La visión fue la revelación que le devolvió la fe y la energía. La revelación fue triple. Fue una revelación (1) de permanencia, (2) de pureza, (3) de poder personal. Una revelación de permanencia, porque la zarza no se consumió; mantuvo su propia vida en medio de la llama devoradora. Una revelación de pureza, porque antes de que pudiera adentrarse en el significado profundo de esa visión, una voz le había pedido "quitarse los zapatos de los pies, porque el lugar en el que se encontraba era santo".

"Una revelación de poder y amor personal, porque desde la distancia, desde el trasfondo de la visión, dándole su corazón y vida, vino la voz de Aquel que se proclamó a sí mismo a través de todos los cambios y vicisitudes de la vida de Israel, como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

III. La revelación no fue solo para Moisés. En cada arbusto común hay la luz de Dios, y solo la ven los que se quitan los zapatos. Olvidamos desviarnos para ver las grandes vistas que nos rodean. Si le damos a nuestro corazón tiempo libre para encontrarnos con Dios, Dios se encontrará con nosotros.

Obispo Boyd-Carpenter, Contemporary Pulpit, vol. VIP. 91.

Referencias: Éxodo 3:3 . Parker, vol. ii., pág. 308. Éxodo 3:4 . H. Allon, congregacionalista, vol. viii., pág. 469.

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