Éxodo 32:24

I. Nunca hubo un discurso más fiel a una disposición de nuestra naturaleza humana que el de Aarón. Todos estamos dispuestos a echarle la culpa a los hornos. "El fuego lo hizo", estamos todos lo suficientemente listos para decir. "En tiempos mejores podríamos haber sido hombres mejores, más amplios, pero ahora, he aquí, Dios nos puso en el fuego, y salimos así".

Nuestra época, nuestra sociedad, es lo que, con esta figura sacada de la vieja historia del Éxodo, la hemos estado llamando. Es el horno. Su fuego puede encender, fijar y fijar lo que el hombre pone en él. Pero, hablando con propiedad, no puede crear carácter. No puede hacer que ningún alma verdaderamente fiel dude. Nunca lo hizo. Nunca podrá.

II. La sutileza y el atractivo de esta excusa se extiende no sólo a los resultados que vemos surgir en nosotros mismos; también cubre la suerte de aquellos de quienes somos responsables. En todas partes existe este cobarde desprenderse de responsabilidades sobre las circunstancias muertas que nos rodean. Es un trato muy duro para el mundo pobre, mudo e indefenso que no puede responder para defenderse. Nos toma como nos entregamos a él. Es nuestro ministro, cumpliendo nuestras comisiones para nosotros sobre nuestras propias almas.

III. Hay engaño y autoengaño en esta excusa. De hecho, muy rara vez un hombre se excusa ante otros hombres y, sin embargo, permanece absolutamente injustificado ante sus propios ojos. A menudo, la mejor manera de ayudarnos a nosotros mismos a lograr un resultado que nos hemos propuesto es simplemente ponernos en una corriente que está arrasando en ese camino, y luego quedarnos quietos y dejar que la corriente haga el resto, y en todos esos casos es tan fácil ignorar u olvidar el primer paso, y así decir que es sólo la deriva de la corriente la que tiene la culpa de la lúgubre orilla a la que finalmente la corriente arroja nuestras vidas.

IV. Si el mundo está así lleno del espíritu de Aarón, ¿dónde encontraremos su curación? Su origen es un sentido de personalidad vago y defectuoso. No puedo buscar su cura en ningún otro lugar que no sea esa gran afirmación de la personalidad humana que se hace cuando un hombre entra personalmente en el poder de Jesucristo.

Phillips Brooks, Sermones predicados en iglesias inglesas, pág. 43.

Referencias: Éxodo 32:24 . S. Macnaughton, Religión real y vida real, pág. 244; S. Cox, The Genesis of Evil, pág. 212. Éxodo 32:26 . Spurgeon, vol. xxvi., núm. 1531, y Mis notas para el sermón, pág. 36; G. Brooks, Outlines of Sermons, págs.

121, 282. Éxodo 32:29 . J. Burns, Bocetos de sermones en ocasiones especiales, pág. 254. 32 Preacher's Monthly, vol. ii., págs. 223, 225.

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