EL CANCIÓN DE SALOMÓN.

Salomón estaba casado con la hija de Faraón, un honor halagador para la casa de David. Residía en palacios con techo de marfil y rodeado de arboledas, jardines, terrenos de recreo y agradables retiros. En sociedad con esta princesa probó una copa llena de alegría nupcial, acompañada de todos los encantos del esplendor oriental. Su corazón, rebosante de gratitud, profirió sus efusiones en verso sagrado.

Este bello poema es un diálogo entre él y la reina, porque la sociedad realza los encantos de la literatura sagrada. El objeto de la canción es, en primer lugar, pintar la casta felicidad de la vida nupcial, felicidad que a menudo gusta tanto el campesino como el príncipe. En segundo lugar, está diseñado para ilustrar el amor mutuo de Cristo y su iglesia; el salmo cuadragésimo quinto fue aplicado de la misma manera por S.

Pablo. Isaías también dice a la iglesia hebrea, el Señor tu Hacedor es tu marido; y Ezequiel, en el lenguaje más brillante, acusa a la iglesia hebrea de adulterio, porque ella había deshonrado al Señor con la adoración de ídolos. El estilo de este poema es pastoral, pero digno: es exuberante, pero casto en el más alto grado. En muchos lugares parece no ser muy diferente de varias piezas traducidas de los brahmanes por nuestros sabios compatriotas de la India.

Si alguien no lo lee con un corazón puro, elevado por los sagrados misterios de la fe, debería sonrojarse por la peculiar depravación de su corazón. Los hebreos se jactaban de que este poema poseía un mérito incomparable, y en conjunto inigualable en lo sublime y hermoso.

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