Servirle sin miedo, sin miedo servil. Aquí está la sustancia de la gran promesa. Que seremos siempre santos, siempre felices: que, librados de Satanás y del pecado, de todo temperamento inquietante e impío, amaremos y serviremos a Dios con gozo en cada pensamiento, palabra y obra.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad