Fueron y aseguraron el sepulcro, sellaron la piedra y pusieron una guardia. Pusieron el sello de Pilato, o el sello público del sanedrín, en un cierre que habían puesto sobre la piedra. Y toda esta precaución poco común fue anulada por la providencia de Dios, para dar las pruebas más contundentes de la subsiguiente resurrección de Cristo; ya que no podía haber lugar para la menor sospecha de engaño, cuando se descubrió que su cuerpo fue levantado de una tumba nueva, donde no había otro cadáver, y esta tumba excavada en una roca, cuya boca estaba asegurado por una gran piedra, bajo un sello y una guardia de soldados.

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