30, 31. Cuando Pablo oyó el tumulto y supo que sus compañeros habían sido arrastrados dentro del teatro, no pudo sino suponer que estaban hechos pedazos. Este solo pensamiento fue intensamente desgarrador para sus sentimientos; pero lo era aún más saber que ellos sufrían en su lugar. No podía soportar permanecer inactivo en tal crisis, pero resolvió morir con ellos. (30) " Pero Pablo, habiendo decidido entrar al pueblo, los discípulos no se lo permitieron; (31) y algunos de los asiarcas, también, que eran sus amigos, enviaron a él y le rogaron que no confiara en sí mismo dentro el teatro.

Por tales medios fue refrenado de su desesperado propósito, después de haber tomado la firme decisión de morir. La desesperación a la que fue llevado, la describe después a los corintios en este lenguaje conmovedor: "No queremos que ignoréis, hermanos, de nuestra angustia que nos sobrevino en Asia, que fuimos oprimidos en extremo más allá de nuestras fuerzas, de tal manera que perdímos la esperanza de la vida; pero teníamos dentro de nosotros la sentencia de muerte, para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.

"Renunciando a toda esperanza de vida, mientras se dirigía hacia el teatro, y confiando en Aquel que resucita a los muertos, cuando el tumulto se hubo calmado y se le aseguró la seguridad, se sintió como si hubiera resucitado de entre los muertos. Por eso dice, en el mismo sentido: "Quien me libró de tan dolorosa muerte, y está librando, en quien confío que aún nos librará; por medio de muchas personas, los hombres puedan dar gracias en nuestro nombre".

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