El siguiente comentario cubre los capítulos 14, 15 y 16.

A pesar de este testimonio, Jeroboam persevera en su pecado. Muere el único de sus hijos en quien se ve alguna piedad; y el juicio de Dios es pronunciado sobre su casa.

Habiendo andado también Judá en toda clase de iniquidades, durante el reinado de Roboam, Jerusalén es tomada, y todas las riquezas que Salomón había acumulado fueron presa de los egipcios. Abiam, su hijo, no sigue mejor camino. Había guerra constante entre los dos reinos, la triste historia, tantas veces renovada, del hombre colocado en el disfrute de la bendición de Dios, y el efecto de su caída. ¡En qué condición vemos el reino del pueblo de Dios, y la casa misma de David, recientemente tan gloriosa!

Asa, piadoso y fiel a Jehová, presionado por el poder de Baasa, rey de Israel, que había destronado a la casa de Jeroboam, busca de los sirios aquella ayuda que no supo encontrar en Dios. Cae la familia de Baasa, como lo había hecho la de Jeroboam, y los capitanes en jefe luchan juntos por el trono, que queda finalmente en manos del padre de Acab. Acab añadió al pecado de sus predecesores el culto a Baal, el dios de su esposa idólatra; y, en la enormidad de sus transgresiones contra Jehová, sobrepasó a todos los reyes de Israel que fueron antes de él.

Pero en medio de toda esta ruina moral, la palabra de Dios alcanza a quienes la violan; y el juicio profético de Josué sobre cualquiera que reconstruya Jericó se cumple en la familia de Hiel, el betelita. No sólo se manifiestan con pleno vigor los caminos y el gobierno de Dios, por grande que sea Su paciencia con un pueblo rebelde, sino que la energía de la iniquidad del rey, en presencia de la longanimidad de Dios, da ocasión para un testimonio notable en proporción a la mal que la hizo necesaria.

El reinado de Acab fue la ocasión del testimonio del profeta Elías. Israel, en ese momento, se apresuraba a su destino. Pero, cualquiera que sea su iniquidad, Dios no hiere a un pueblo que ha dejado sus caminos, hasta que les envía un testimonio. Él puede castigarlos previamente, pero no ejecutará definitivamente Su juicio sobre ellos.

El carácter del testimonio merece especial atención aquí. En Judá los profetas, que dieron testimonio en medio de un orden de cosas que Dios mismo había establecido, no hicieron milagros. Reflexionan sobre el pecado del pueblo y les recuerdan la ley de Jehová, sus ordenanzas y la obediencia que se le debe. Proclaman el advenimiento del Mesías y la futura bendición de Israel; pero, siendo todavía propiedad de Dios el sistema en medio del cual dan este testimonio, no realizan milagros.

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