Pero el testimonio y el juicio de Dios no se demoró conforme a la misericordia de Dios hacia su pueblo. Inmediatamente reaparece la profecía; porque el amor fiel de Dios a su pueblo nunca se cansa. Su misericordia es para siempre. El testimonio de su palabra-profecía-es decir, la intervención de Dios en el testimonio, cuando el pueblo se extravía y se rompen las conexiones ordinarias entre Dios y su pueblo, no falla.

A Roboam mismo se le prohíbe, por profecía, llevar a cabo su intención de pelear contra Israel, para traerlos nuevamente bajo su dominio; pero, en el caso de Jeroboam, Jehová vindica los derechos de Su gloria contra el rey mismo y contra su altar. El altar se rompe, las cenizas se derraman, el brazo del rey, extendido contra el profeta, se seca y solo se restaura por la intercesión del profeta.

Aquí también Jehová da a conocer que no se ha olvidado de la casa de David en medio de todo este mal. De su casa saldrá el reparador de la brecha, y el juez de la iniquidad que causó la ruptura; porque Judá todavía es reconocida como el lugar de Su trono.

El profeta, acusado de un testimonio como este, tiene prohibido incluso beber agua entre un pueblo que se llama a sí mismo Israel, pero que es rebelde y contaminado. No se permite la participación en tal confusión culposa; y el profeta mismo sufre las consecuencias del justo juicio de Dios por su desobediencia. Tal era la severidad de Dios con respecto a una acción que favorecía un estado de infidelidad, que la luz que Él había dado era suficiente para juzgar.

Los detalles de este caso merecen alguna atención. Por la palabra de Dios el profeta tuvo conocimiento del juicio de Dios. Su corazón debería haber reconocido, tanto moral como proféticamente, la terrible maldad de la posición de Israel; y el sentido moral de este mal debería haber dado al testimonio profético todo su poder sobre su propio corazón. De todos modos, la palabra de Dios era imperativa: no debía comer ni beber allí.

Lo sabía y lo recordaba; pero en apariencia había otro testimonio, un motivo para descuidar el mandato del Señor. El profeta anciano (y era profeta) le dijo que Jehová le había dicho: "Hazlo volver a tu casa para que coma pan"; así que el profeta de Judá volvió con él. Era muy deseable para el viejo profeta infiel, que un hombre a quien Dios estaba usando como testimonio (y cuyo testimonio él mismo también creía) sancionara su infidelidad asociándose con él.

Exteriormente parecía honrar el testimonio de Dios y del hombre que lo daba. De hecho, el profeta de Judá, al volver con el profeta anciano, destruyó el poder de su propio testimonio. El viejo profeta, aunque verdaderamente lo era, soportó el mal que lo rodeaba. El testimonio de Dios, por el contrario, declaró que el mal no se debía soportar. Fue con este testimonio que el otro profeta fue acusado; y la negativa a comer o beber en el lugar era el testimonio moral y personal de su propia fidelidad, de su convicción y de su obediencia.

Esta negativa fue el testimonio de que, en este asunto, tomó la parte de Dios. Pero, al regresar con el anciano profeta, anuló su testimonio y apoyó al anciano profeta en su infidelidad. Dios no revirtió Su palabra, si el profeta fue desobediente a ella. El profeta anciano fue castigado, en que Dios se sirvió de su boca para anunciar las consecuencias de su falta al profeta de Judá. Es también una lección que nos enseña que, siempre que Dios nos ha dado a conocer su voluntad, no debemos permitir que ninguna influencia posterior la cuestione, aunque ésta tome la forma de la palabra de Dios. Si estuviéramos moralmente más cerca del Señor, deberíamos sentir que la única posición verdadera y correcta es seguir lo que Él nos dijo al principio.

En cada caso nuestra parte es obedecer lo que Él ha dicho. Su palabra nos pondrá en una verdadera posición, en una posición apartada del mal y del poder del mal, aun cuando no tengamos inteligencia espiritual para apreciarlo. Si fallamos en esta obediencia, perdemos el sentido de la falsedad de nuestra posición, porque el sentimiento moral se debilita. En el mejor de los casos hay inquietud, pero no libertad. Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad. La infidelidad al testimonio simple y primario de la palabra de Dios nunca nos pone en libertad, cualesquiera que sean las razones que aparentemente justifican que lo dejemos de lado.

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