Pero, en tal caso, las dificultades no surgen solamente de la debilidad del remanente; proceden, también, de elementos con los que el remanente está exteriormente ligado, y que, al mismo tiempo, son ajenos a la relación del pueblo de Dios consigo mismo. En el caso de Israel, hubo una verdadera debilidad, porque Dios, aunque fiel a su pueblo según sus necesidades, de hecho no se presentó para establecerlos sobre la base original.

El hacerlo no habría sido moralmente adecuado, ya sea con respecto a la posición en la que el pueblo estaba con Dios, o con respecto al poder que Él había establecido entre los gentiles aparte de Israel, o con miras a la instrucción de Su propio pueblo en todas las edades en cuanto al gobierno de Dios. La relación con Dios nunca se desprecia con impunidad. Pero además de esto, en tal estado de cosas, habiendo ganado ya tanto terreno el poder del mundo en la tierra prometida, aun entre el pueblo a quien pertenecía la promesa, surgían dificultades por el hecho de que personas que, a consecuencia de la intervención de los poderes civiles, se encontraban dentro de los límites de la tierra prometida, deseaban participar con los judíos en la construcción del templo.

Alegaron, en apoyo de su afirmación, que invocaron a Dios como lo hicieron los judíos, y que le habían ofrecido sacrificios desde que Esarhaddon los había traído a la tierra. Esto no era enemistad. ¿Por qué repeler tal deseo? El Espíritu de Dios los llama los adversarios de Judá y Benjamín. El pueblo de Dios, la asamblea de Dios, debe ser consciente de sus propios privilegios peculiares y de que son la asamblea del Señor.

El Señor amó a Judá ya Benjamín. De su gracia hacia este pueblo brotó toda la bendición de que eran objeto; y el pueblo estaba obligado a reconocer plenamente esta gracia. No reconocerlo era despreciarlo. Ahora bien, esta gracia era la bondad soberana de Dios. Admitir extraños hubiera sido insensibilidad a esta gracia como única fuente de bien; hubiera sido perderla, y decir que no eran sus objetos según la soberana bondad de Dios, más que las demás personas del mundo.

Pero la fidelidad y la inteligencia de los jefes de Israel los libraron de esta trampa. "Nosotros mismos juntos", dijeron ellos, "edificaremos a Jehová el Dios de Israel". "No tenéis nada que ver con nosotros para edificar una casa a nuestro Dios". De hecho, habría sido negar que Él era su Dios, el Dios de Israel. Este es especialmente el caso de la asamblea cuando es llamada a recordar sus privilegios después de largo olvido y doloroso castigo.

Si Dios lo permite para la prueba o el castigo de su pueblo, es posible que la obra sea detenida por las prácticas y la malicia de los que alabarán al grande y noble Asnapper a los poderes de la tierra; ante los cuales aparecerán en su verdadero carácter terrenal, tal como asumieron el hábito de la piedad cuando buscaban insinuarse entre el remanente de Israel. El poder que perteneció al pueblo de Dios, en el tiempo de su anterior independencia, alarmará a quien, desconfiando de Dios, teme el efecto sobre su propia autoridad de la energía que el Espíritu de Dios produce en el pueblo de Dios independientemente de esta autoridad, por sumisa que sea la gente.

Israel estaba actuando aquí según el propio decreto de Ciro; pero esto no sirve de nada. Lo que depende de Dios es absoluto; lo que no depende de Él, es arbitrario; pero los fieles no tienen nada que ver con todo esto. Dios puede ver que la prueba y el castigo son necesarios para ellos.

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